He de decir en primer lugar que no he visto el famoso documental sobre la mujer del futbolista -también famoso-, un tipo que debe estar orgullosísimo de su costilla, bien elegida y diligente a la hora de conseguir ese segundo sueldo tan necesario en tantos hogares para poder salir adelante; incluso puede que su mujer no haya cobrado mucho por él -¡qué tontería!-, cuando dispone de un montón de dinero que él gana para que ella pueda mostrar al mundo su victoria.
Y aunque probablemente no vaya a verlo porque ese tipo de programas no suelen interesarme -tampoco se trata de echar más leña a tan afortunado fuego-, me ha sido prácticamente imposible sustraerme a su conocimiento porque da igual el lugar donde mirara tropezaba con sueltos, comentarios e incluso columnas sobre el mismo, lo que no ha impedido, es cierto, que mi curiosidad se detuviera en algunos de ellos -aunque dicen que siempre es mejor beber de las fuentes originales para hacerse una idea cabal- y, al margen de la sorpresa porque la protagonista hablara en serio -parece que alguna prensa todavía no sabe en qué mundo vive-, echara en falta un poco de cordura a la hora de juzgarlo. Así que me voy a ahorrar el placer, o la molestia, quién sabe.
Imagino que los “abascales” de turno estarán muy felices con el programa y su enorme éxito, porque demuestra la veracidad y justicia de sus reivindicaciones a la hora de poner sobre la mesa cual es el auténtico papel de la mujer en este mundo, el que le corresponde por designio divino. Y el gran perjuicio que significa para la sociedad la maledicente violencia de ese feminismo resentido empeñado en denunciar y traicionar el sagrado puesto de la mujer como fiel compañera del varón, esa falsa, mendaz, insultante y vengativa jerigonza sobre igualdad y el lugar que ellas deberían ocupar; la permanente e histórica humillación de la que hablan sin saber, ignorando que también hay dignidad cuando cumples y haces aquello para lo que has sido creada por la naturaleza.
Por quien lo siento es por el infructuoso esfuerzo de esas otras mujeres que tendrán que soportar cómo se las siguen pasando por el arco del triunfo, merecido trofeo de hombres atentos, comprensivos y bondadosos con sus bellezas y aspiraciones, así como sabedores de la necesaria y natural condescendencia para con su sufrida y no siempre afortunada existencia. Porque las mujeres también pueden ser dignas, sobre todo cuando no olvidan y cumplen su papel de apoyo de su marido, amén de ávidas consumidoras de objetos de todo tipo -qué orgullo ganar pasta para que tu mujer presuma de gastarla como le dé la gana-; y que también sepa y entienda de lujos -como de estar guapas para ellos-, de la importancia de las cosas del hogar, los muebles -siempre los convenientes y de calidad-; también de lo que es caro, o de la indispensable y detallista preocupación por la limpieza, tan necesaria en todo hogar que se precie. Una agradecida e idílica estampa del mundo femenino tan importante para que el varón de la casa pueda largarse a trabajar orgulloso, seguro y confiado.
Nada de tópicos sobre eso del sexo débil, sino realidades como puños, tal vez por eso el documental sea uno de los programas más vistos de las parrillas televisivas, de esos que, dicen, marcan tendencias -¡qué miedo!- porque precisamente pone las cosas en su sitio, dando ejemplo del orgullo y dignidad de la mujer y mostrando que también ellas pueden triunfar. Como sería actuar de mala fe considerar que sin marido esa señora sería una completa desconocida y nadie sabría de su existencia, algo o mucho menos del cero a la izquierda que en realidad parece que es. Porque triunfar de la mano de tu hombre es hacer bien tu trabajo, por él, por ti y por tantas mujeres que aspiran y suspiran por príncipes -da igual si no son del balón- que las rescaten de su invisibilidad y las conviertan en el ejemplo deseado del éxito en esta vida.
Ignoro que diría Simone de Beauvoir si pudiera ver el documental, probablemente regresaría a su tumba triste pero feliz porque ella sí hizo la parte que le correspondía. Eran otros tiempos. Desgraciadamente la tarea puede no acabar nunca, y eso sí sería realmente malo para todos.