Recuerdo escenas de algunas películas americanas en las que los personajes encuentran esos momentos de sosiego, en los que suelen producirse conversaciones más íntimas o personales, después de comer, más concretamente mientras se limpia y seca la vajilla, una ocupación trivial e intrascendente que parece llevar a los implicados a una zona de confort en la que la mente se relaja y se atreve con esas cosas hasta entonces guardadas o que no pueden decirse en otros momentos, o ante otros. Particularmente y en algunos casos solía preguntarme por qué, dado el nivel económico que mostraban los personajes en la película, no disponían de un lavavajillas que les ahorrara tan ingrata tarea; pero, bueno, eso son otras cuestiones.
Se trata del lavavajillas, ese electrodoméstico con el que solemos tratar habitualmente y que no posee ninguna otra particularidad aparte de encargarse de una de las tareas más fastidiosas, al menos para mí, incluidas entre las rutinas diarias. Una máquina, u objeto, que soluciona, abrevia o evita esos trámites tan molestos pero que, sin embargo y sorprendentemente, parece ser de importancia vital para algunas personas. El aparato en sí no tiene mayor trascendencia que la de llevar a cabo correctamente su tarea, algo sobre el papel tremendamente simple y fácil pero que no a todos satisface por igual; hay espíritus muy exigentes capaces de poner mil peros al brillo y la limpieza de la vajilla y cristalería una vez pasadas por el programa de lavado más exigente, a lo que sumar, hecho comprobado por propia experiencia, que la publicidad de productos de limpieza para usar en lavavajillas es una solemne engañifa, ninguno limpia lo que dice limpiar. Si usted no se encarga de quitar previamente la suciedad de platos y fuentes corre el riesgo de que vuelvan a lucir igual de desagradables al sacarlos del aparato, solo que con una corteza limpia y brillante que protege la suciedad más persistente todavía pegada o incrustada incluso en las superficies más resistentes.
Pero tampoco es la utilidad y fiabilidad del aparato en cuestión el motivo de estas letras, sino el comportamiento de algunas personas respecto a su uso, más concretamente en lo referente a la capacidad y disposición de los sujetos de limpieza en su interior. He asistido a verdaderas discusiones, con gritos y enfados incluidos, a la hora de cómo colocar y disponer platos, fuentes, vasos, cubiertos o cualquier otro objeto susceptible de introducirse en un lavavajillas; hasta el punto de que llega un momento en el que tales, digamos, expertos se muestran visiblemente alterados si sus exigencias o modalidades de orden y disposición de cacharros no son las adecuadas o estrictamente cumplidas, sobre todo cuando alguien menos atento a tales menesteres o directamente indiferente a la disponibilidad y ocupación de huecos en las rejillas y, por tanto, a su mayor o menor capacidad su admisión de piezas, las sitúa de cualquier modo, sin preocuparse por ese mínimo espacio que al parecer puede obtenerse si previamente se recoloca toda la bandeja. Experiencia o situación que jamás permitirá un experto colocador de estar presente, porque apartará de forma casi furiosa al incauto que simplemente intentaba colaborar en la tarea, mostrándole a continuación sus habilidades mediante el resultado final, resultado que no deja de ser un montón de cacharros dispuestos para que la máquina les quite la mierda, perdón, los residuos de la comida. La perfecta realización de esa al parecer complicada y precisa tarea provocará una enorme satisfacción y evidente jactancia, yo diría que algo simple y bobalicona, en el ufano colocador de vajillas.
Son bastantes las ocasiones en las que una situación similar se ha repetido con amigos o conocidos, incluso he escuchado a otras personas en algunos medios de comunicación hablando de las mismas complejas y exigentes tareas, hasta el punto de reconocer que en algunos casos llegan a convertirse en manías imposibles de refrenar, lo que provoca más de una situación, digamos, inconveniente o problemática. Por lo dicho, y visto lo visto, creo que prefiero la placentera limpieza y secado de vajilla que de vez en cuando aparece en el cine, aparte de realizar diariamente millones de personas que no disponen de un práctico lavavajillas que les procure comodidad y tiempo libre que compartir con sus semejantes, pero que, sin embargo, puede dar lugar a intercambios personales mucho más sabrosos e interesantes, amén de racionales.