Vivir

“Por fortuna, creo que yo he vivido muchas más vidas que la mayoría de la gente que me rodea”.

Esa era, más o menos, una de las últimas frases con las que terminaba la entrevista un personaje habituado a moverse entre modas, oportunismo y espectáculos de toda ralea, entrado en años, entre famoso y controvertido, juerguista pero noble -según él mismo afirma-; también tocapelotas oficial al que le ha gustado ir a contracorriente aprovechándose del establishment del entretenimiento en el que siempre se ha movido. Resulta que esa misma frase u otra con semejante intención se la oí no hace mucho a otro tipo, también conocido, que habitualmente se mueve por paisajes más o menos cercanos. Y ya entonces me quedó la duda de a qué se referían exactamente, si se trataba de una declaración de principios, un tosco y petulante acto de reafirmación, un escupitajo lanzado contra los que, por cualquier circunstancia, no han tenido la misma suerte o han vivido entre indecisiones, o una simple gilipollez que a nadie interesa. Una patética declaración de alguien con problemas de autoestima en la imperiosa necesidad de proclamar a los cuatro vientos esa especie de reafirmación que solo a él interesa, puesto que al resto del personal se la refanfinfla.

Qué o quién se esconde tras declaraciones tan superfluas e innecesarias, ¿son pura vanidad? Alguien que ha tenido una vida emocionalmente muy intensa, o aventurera, o ha visitado y conocido lugares y gente increíbles, que ha contemplado espectáculos únicos al menos una vez en su vida -siempre según su particular opinión-; o quizás se trata de alguien que nació en o con unas condiciones privilegiadas y se encontró con vientos favorables que, eso sí, tuvo que navegar para llevar esa vida de la que ahora se jacta públicamente atreviéndose a compararla despectivamente con la de muchos otros, oídas sus palabras, más desgraciados o desdichados, o miserables, lo que ustedes quieran pensar, están en su derecho. O alguien que habla de follarse a mujeres como si de muescas de la culata de un revolver se tratara, o se ha puesto más allá de hasta el culo o ha disfrutado borracheras tan grandiosas como subir al Everest; o que ha alternado o conocido, incluso confraternizado, con esos ricos y famosos que mueven el mundo. En fin, afirmaciones de ese calibre pueden tomarse de mil modos, y no necesariamente han de escucharse o leerse como algo completamente inocente y sin la intención de faltar o desafiar al posible lector. La realidad es que son completamente pueriles, cada cual sabe lo que da o ha dado de sí su propia vida y, por prudencia, humildad o respeto no es necesario vociferar que uno ha vivido más que esos o aquellos, da igual quienes, de partida unos pobres desgraciados que jamás supieron dónde tenían la mano derecha.

Puede ser que comentarios de ese tipo surjan de una urgente necesidad de autoestima, pura chulería; también de la inevitable pérdida de fuelle que causa la edad o del auténtico pánico ante un fin ahora más próximo, lo que obliga a una desesperada necesidad de reafirmarse que a muchos otros no les parece necesaria o simplemente no les interesa, y si estos no lo hacen ¿por qué hay que aceptarlo de aquellos otros? Y sin malinterpretarlo. Por eso es mejor tener la boca cerrada.

Claro, esos que presumen de vida no fueron judíos exterminados por los nazis, ni exilados o directamente expulsados de su país por quienes pensaban diferente a ellos, ni víctimas de tantas guerras como asolan y asesinan a quienes menos tienen que ver con ellas, ni hijos de trabajadores en paro, ni pobres de solemnidad; o tuvieron unos ascendientes perversos o violentos, o nacieron en lugares miserables, o una cruel enfermedad partió en dos. No, yo no quería decir eso, entonces ¿quién es la mayoría de la gente? ¿quién ha de sentirse incluido y quién no si por casualidad tropieza con esas palabras y por qué ha de permanecer callado? A no ser que se trate de vidas que se vivieron ayudando a los demás, creando obras originales, inventando objetos que hacen la vida más fácil, curando enfermedades, qué sé yo… hay tantas formas de sentirse orgulloso. Mejor permanecer callado o… por ejemplo, por qué no dice cuántos culos lamió, cuánta mierda se tragó, a quienes traicionó, contra cuántos compitió y dejó tirados de cualquier modo; qué opinan esos otros de él. O quizás solo se trata de una insolencia pendenciera y barriobajera.

Hay muchas formas, y más inteligentes, de sentirse orgulloso de la propia vida que mirarse el ombligo y babear sobre sí mismo; habla más de carencias que de realidades. Otro fantasma.

Esta entrada fue publicada en Sociedad. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario