Tiempo

Era como si el tiempo, el mismo del que antes carecía, falta de la que siempre se había quejado, hubiera dejado de ser importante ahora que podía disponer de él a su antojo, sin horarios ni excusas, sin trabas ni obligaciones, días y días extendiéndose para su uso exclusivo, sin plazos ni cumplimientos de ningún tipo.

Y precisamente ahora se daba cuenta de que todo el tiempo era mucho tiempo, demasiado, tanto como nunca se había imaginado, ni siquiera cuando, abrumado de partida por cualquier obligación, circunstancia o proyecto, soñaba con no hacer nada por pura rebeldía. Amanecer con una tarea pendiente, de cualquier tipo, daba igual si ocio o trabajo, era asomarse a un día con trampa, ni mucho menos suyo, impuesto en contra de su voluntad. Aunque le faltaba reconocer que su voluntad valía bien poco, un leve empeño a contracorriente que desfallecía y perdía vigor, y entidad, a poco que alzara la vista para sentirse inmediatamente derrotado, en toda regla, por una larga perspectiva de horas que simplemente figuraban vacías, sin tareas u obligaciones próximas o lejanas que cicatearan su constante y defensiva expectativa. Toda una contradicción andante.

Ahora que disponía de todo el tiempo del mundo le parecía tan grande que no se atrevía a mirarlo de frente, como tampoco tenía valor para reconocer que le asustaba, se le venía encima como una losa imposible de mover, incapaz de echar mano de deseos o proyectos no cumplidos, daba igual si antiguos o nuevos. Cada nuevo día se revelaba como la prolongación de un inmenso vacío que no sabía cómo llenar, una desoladora línea de tiempo que de inmediato le abrumaba, asustado incluso por la misma posibilidad de tener que elegir, incapaz de ordenarse y ordenar lo que fuera que quisiera, por un mínimo de cordura a la hora de llevar a cabo cualquier actividad en la que decidiera embarcarse. Toda persona da de sí lo que da de sí y, como él mismo siempre había dicho, era mejor hacer una cosa bien que llevar dos o varias al retortero y no completar satisfactoriamente ninguna; esa racionalidad práctica tampoco le valía. Como no le gustaban las horas gastadas al teléfono o ante la pantalla del ordenador, daba igual en qué o para qué porque en el fondo sabía que también eran mentira; sumergirse con cualquier motivo, sin fin, en juegos, redes, búsquedas o aplicaciones no dejaba de ser otra forma de no reconocer que el tiempo le asustaba, ya que tarde o temprano tendría que volver al presente del mundo real y darse de bruces con una realidad que seguía sin gustarle, él mismo, y no era cuestión de perderse indefinidamente en un mundo virtual que nunca acababa ¿o sí?

Como tampoco le satisfacía lanzarse a la calle y deambular sin rumbo fijo, o gravarse con tareas que llevar a cabo de forma independiente, de una en una, separadas en proyectos y salidas sucediéndose ininterrumpidamente para, en mitad de la labor, detenerse y preguntarse qué narices estaba haciendo, por qué no ahorraba tiempo, aquello no conducía a ningún sitio, únicamente a saturar unas horas con las que no sabía cómo bregar. Como tampoco era cuestión de dejarlas pasar de un modo u otro con tal de no darte cuenta de que pasan, otro engaño para simples. ¿Qué hacía aquí entonces?

Tener ocupadas manos y cabeza podía ser una solución, de ese modo no pensaba, pero cualquier actividad necesitaba una planificación, un pequeño proyecto inicial que seguir hasta dar la actividad por concluida, en un mismo día o en varios, daba igual, el caso era levantarse y tener qué hacer antes que no tener nada; pero no. Tampoco conocía gente con la que departir, viajar o pasar el tiempo en comanda, era otra opción; bueno, si, si conocía, pero le incomodaba tanto como le aburría, tarde o temprano surgían problemas que luego resultaba difícil solucionar, más preocupaciones que no deseaba… así que, se quitó la vida.

Esta entrada fue publicada en Relatos. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario