Había soñado que tenía un hermano gemelo, probablemente en otra dimensión, pero lo contrario a él, y de hallarse en su lugar, tal y como estaba en aquel momento, el otro miraría alrededor y vería orden y limpieza. Tendido en una cama similar, o en la misma, pero con la satisfacción añadida de comprobar que todo a su alrededor ocupaba el sitio correcto, incluso él.
Después pensó en cuál era la diferencia si, también como él, no tenía otra cosa que hacer que mirar en torno suyo en una mañana cualquiera, sin otra perspectiva que nada. En qué se diferenciaban orden y desorden cuando el que debe ordenar no tiene mucho más de lo que preocuparse, o nada más. Probablemente saborear la satisfacción de que cada cosa ocupe su lugar debe ser algo bueno, es cierto que no para él, no entraba en ese negocio, protagonista y causante de aquel desastre de habitación, quien soñaba o divagaba cuando no había otra cosa mejor que hacer que ocupar la cabeza con algo sencillo.
Sonó el timbre y sin inmutarse ni reaccionar decidió que aguardaría al siguiente toque, con lo que comprobaría que no se habían confundido ni se trataba de alguien que simplemente pretendía el acceso a los buzones. El timbre no volvió a sonar. Bien, se dijo, estaba harto de que le molestaran para nada, no es que tuviera otra cosa mejor de la que ocuparse, pero al menos que fuera algo útil, no facilitarle el paso a quien no se molesta en comprobar cuál es exactamente el vecino que ha de abrirle, dejando el nombre para cuando se sitúe ante los buzones y el deber le obligue a detenerse en el tipo al que va dirigido un sobre que lleva en la mano desde hace rato.
Miró el portátil abierto sobre la mesa, en negro, pero tampoco encontró qué le podía obligar a dejar la cama.
Tenía que mear, eso sí que era ineludible, luego al final tendría que levantarse; y no es que no quisiera o pudiera, pero prefería seguir no haciendo nada tumbado, eso sí, al tanto del teléfono por si alguien decía algo, aunque no fuera directamente con él, pero al menos tendría qué, quién, por qué o para qué; ya, una cuestión sin importancia, secundaria, la cantinela de sus padres, el repetido y anticuado punto de vista de quienes no acaban de entender el mundo en el que viven. Demasiado tarde, o nunca.
No aguantaba más y tuvo que levantarse, sin prisas, eso jamás, y fue precisamente al segundo paso, en la penumbra de la habitación, cuando notó cómo la afilada limpieza del filo abría en canal la carne de su pie.
No saltó, ni se quejó, tan solo un ¡hostia! que nadie oyó antes de caer, más por la sorpresa que por el dolor, era pronto, tanto como para, recuperada milagrosamente la percepción del lugar, en el suelo, sorprenderse y asustarse del modo en el que la sangre se extendía por la madera, una mancha oscura que avanzaba en contra de su voluntad. Buscó un qué y no tardó en dar con el largo filo del cúter encajado entre un zapato y una zapatilla de los que nada recordaba y sobre los que no pudo preguntar cómo y qué cojones hacían sosteniendo al aire la empuñadura de la larga y afilada cuchilla.
Intentó levantarse pero volvió a caer, el dolor aumentaba tanto como la sangre se abría camino por el suelo. Miró alrededor y no vio el teléfono, en qué lugar de la cama pararía; se arrastró como pudo y revolvió ropa y almohada hasta que dio con él; ¡mierda! sin batería, completamente muerto, y estaba manchando de sangre, además del suelo, los zapatos, la ropa tirada y… volvía a sonar el timbre. Tenía el estómago vacío, ¿cuándo fue la última vez que comió? ¡joder con el puto timbre! La vista se le nublaba, la penumbra comenzaba a convertirse en oscuridad y le fallaban las fuerzas, ¡que le den por el culo al del timbre…