─ ¡Precioso! ¡Más que precioso! ¡Que eres precioso!
El animal, acurrucado entre los brazos de la mujer, se dejaba gritar sin acabar de entenderla del todo, probablemente harto de tanto grito y un exceso de expresiones de cariño sobre las que no se le pedía opinión porque su voluntad no contaba. ─ Ya está otra vez, no se cansa; ¿no sé porque me dice esas cosas precisamente a mí y no a su maridito o a su niña, a los que ni mira?
─ ¡Cosa bonita! ¡Amor! Y volvía a besarle el morro con total deleite y una pasión algo más que ambigua.
─ Qué raros son estos humanos, qué poco expresivos son entre ellos y qué carencias arrastran, y que mal viven, peor que animales. Si tanto me quieres podías largar de la casa al hombre y a la niña, y quedarnos los dos juntos. Podría dormir en tu cama, bien juntitos. Pensaba o decía el animal entre miradas de soslayo a su dueña y olfateo general del ambiente callejero.
─ ¿Quién es quien más te quiere? ¿A quién quieres tú?
─ ¡No me digas que soy yo! ni me lo imaginaba. A estas alturas no me queda más remedio, y después de años de maltrato, de arrastrarme con una correa, de no dejarme olisquear donde me dé la gana y mear donde me apetezca no sabría comportarme ni buscarme la vida como uno de los de mi especie, ¡qué vergüenza! Además, ¿si tanto me quieres qué haces viviendo con esos, si no los aguantas? Aunque no sé qué es antes, si tú a ellos o ellos a ti. Porque para vivir contigo hay que tener un cerebro bien escaso; igual es que no tienes quien te quiera y por eso me tienes a mí
Nueva sucesión de ósculos de carácter indefinido en el morro y caricia por la tripa en dirección a los cuartos traseros ─ ¿Qué va a querer de cena mi preciosidad?
─ Lo mismo de siempre, ¿Qué quieres que diga? Ni que fuera gilipollas. Y luego, cuando ya estén acostados, nos sentaremos en el sofá a dormirnos frente al televisor, para levantarnos justo cuando mejor me lo estoy pasando, cuando entre sueños me acaricias allí donde bien sabes que me gusta. Que entonces no te da vergüenza.
Era noche cerrada en la calle casi vacía, lo que no impedía que desde alguna terraza o ventana alguien pudiera oír o se asomara ante los gritos y alabanzas de la mujer a su perro, un amasijo de pelo entre sus brazos de difícil o imposible catalogación. El animal comenzaba a removerse inquieto. ─ ¡Uy! ¡Un pedete! ¿Quieres hacer caquita? Muy bien, antes de volver a casita. Enseguida te pongo.
─ Es una pena que no sepa pedírtelo de otro modo. Como pudiera hablar otro gallo nos cantaría.
─ Aquí mismo, junto a este arbolito. Y lo depositaba en el suelo con sumo cuidado, junto al delgado tronco de un fresno.
─ ¡Uf! ¡qué gusto! Un poquito más…
─ Un poquito más. Desahógate cariñín. Aquí está mamita para limpiarte.
─ Eso, eso, límpiame bien el ojete, déjamelo bien suave, también alrededor.
─ ¿No sale más? Que bien, y no te has manchado nada. Aguarda un poquito que te limpio. Entre la poca luz y el pelo del animal la mujer se arrodillaba sobre la acera para limpiarle con un toallita húmeda el ano. Sin embargo, y mirando de reojo a un lado y a otro, decidía dejar la mierda junto al árbol, sin recoger; quizás pensó que como abono le vendría bien.
─ Es humillante llegar a este extremo, ¿qué dirían mis semejantes si me vieran de esta guisa? Que te limpie el culo un humano ni siquiera sirve para enorgullecerse de haber llegado tan alto, porque en mi caso me ha tocado con lo más tonto de la especie. Es denigrante que alguien, aburrido de vivir y sin nadie que le haga caso, te tome como si fueras su muñeco, a mí, que soy más viejo que ella; eso sí que es una falta de respeto, además de una violación de mis derechos, hablarme y tratarme como si fuera un cachorro o directamente imbécil.
─ Te he dejado el culete como una patena. ¡Hala! a casita.
─ ¿Para qué? para oír como roncas, te pees y te equivocas. Aunque para castrarme no tuviste ninguna duda ni preocupación, no, para eso no, si tu no follabas yo tampoco, y las ganas me las como. Como tú no tienes quien te haga caso tengo que pagar yo las consecuencias; y si me apetece estar por ahí buscando juerga me tengo que joder y aguantarte todos los días. Si ni siquiera te equivocas y me das algún gustito de vez en cuando, ni para eso; vaya una mierda de vida que me ha tocado. Con lo grande que es el mundo y las perras que hay por ahí necesitando de un buen ejemplar que las haga felices.
NOTA. Ante la más que evidente imposibilidad de saber qué piensan los perros y la constatación de su instinto dócil y gregario hasta la estupidez; y a partir del meneo del rabo y otras manifestaciones como signos claramente visibles de sus intenciones amistosas -nada que ver con la inteligencia y exigente privacidad de los gatos- me he visto en la necesidad de imaginar y traducir al lenguaje humano tales demostraciones de afecto -además de añadir algunas licencias de mi propia cosecha-, quedándome, no obstante, la impresión de que tal vez no haya llegado a precisar con exactitud los pensamientos y/o intenciones del perro -algo, por otra parte, que absolutamente nadie conoce a ciencia cierta-, por lo que pido disculpas.