Nomadland puede verse como una película en la que se cuentan las precarias existencias de unos personajes obligados a vivir en los márgenes, mujeres y hombres expulsados de la sociedad por múltiples motivos a los que no les queda más remedio que encontrar un nuevo significado para sus propias vidas, llegando incluso a creer y asumir que esas nuevas opciones son interesantes y les gustan, a costa, incluso, de desechar u olvidar en última instancia la razón, y su posible solución, por la que fueron arrojados a sus actuales circunstancias.
Pero también se puede ir más allá y, a partir de lo visto y con la evidencia de que nada de lo que aparece en la pantalla es meramente casual o accidental, extrapolar una serie de valoraciones, conclusiones y afirmaciones más que explícitas que probablemente nada tendrían que ver con la hipotética poética y libertad que rezuman los personajes.
Nomadland muestra en primer plano el fracaso de una sociedad, hasta el punto de que las posibles opciones o soluciones de los personajes a sus vidas no dejan de ser sucedáneos que no se tienen en pie, ni siquiera apelando a los valores de independencia y libertad de unos pioneros que con tanto orgullo exhibe e intenta exportar el cine norteamericano. Hace ya tiempo que en el mundo en el que vivimos desaparecieron las opciones de independencia y libertad para sus habitantes, y los intentos por traerlas a primer plano por cualquier motivo de integridad o autenticidad, incluso ensalzándolas como unas de las más ancestrales y puras cualidades del ser humano, son una completa engañifa que pretenden vender quienes detentan el poder con tal de justificar sus desmanes y constantes atropellos de la población.
Tal vez por eso la película deja esa sensación de indiferencia que no llega a sabor amargo, en parte porque el espectador ya no se deja engatusar tan fácilmente y en parte por desconfianza ante unos posicionamientos políticos e ideologías tan básicas como baratas que, apoyándose en un inviolable derecho y la particular voluntad de cada individuo, buscan imponer unos nostálgicos y falsos ideales de libertad que, sin embargo, sitúan a las personas mirando hacia atrás, recelosas y desconfiadas hacia sus posibilidades y su propio presente, más solas y abandonadas.
Nomadland no solo trata de reflejar una nueva forma de vivir basada en la falsa libertad de una autocaravana y paisajes infinitos, que en parte también –pero dependiente de la existencia de carreteras que lleguen a todos sitios, del inevitable combustible, de talleres, de grandes superficies comerciales, de lugares de pago donde pernoctar, tener acceso a servicios y la seguridad que proporcionan, de los negocios bancarios que vampirizan el movimiento del obligado dinero, de la necesidad del teléfono y el negocio de las compañías telefónicas, etc.-, sino también del engañosamente aventurero, precario en su solidaridad de subsistencia y edulcorado lavado de cara de una auténtica marginación social en pleno siglo XXI. De la expulsión de cada vez más individuos por parte de una sociedad incapaz de preocuparse por los suyos, de reintegrarlos en lugar de convertirlos en inadaptados, personas a las que se desecha por molestar con sus problemas personales o porque se niegan a participar y/o colaborar con el régimen establecido y sin opciones para cambiarlo o simplemente modificarlo, como debería suceder en cualquier democracia o sistema político en el que sus ciudadanos fueran auténticamente libres para elegir su presente y futuro.