Caras simplezas

Uno no deja de sorprenderse ante ciertas insustancialidades de nivel mundial, aunque lo que probablemente sucede es que uno todavía no sabe en qué mundo vive. Uno se preocupa por estar al tanto de lo que ocurre a su alrededor, interesándose por los problemas comunes e intentando cooperar, en la medida de sus posibilidades, en hacer de este planeta un lugar más justo y mejor, tanto a nivel político como medioambiental, y lo que probablemente sucede es que uno no se entera de por dónde van los tiros, tanta solidaridad global solo le preocupa a cuatro gatos que no tienen otra cosa mejor que hacer que dedicarse a molestar a los demás con proyectos y cantinelas salvadoras, cuando a la mayoría no les inquieta ni les interesa que les salven, solo quieren pan y circo que rellene su ancestral aburrimiento. Esta especie de aclaración viene a cuento porque desde hace ya algunos días se repiten en las paginas on line de cualquier medio informativo, presuntamente serio o en cualquier paginilla de simple cotilleo, las imágenes de uno de los hijos del príncipe Carlos de Inglaterra y señora; pero no se trata de ningún drama o tragedia irreparable o de algún suceso político de nivel mundial, sino que la pareja no sabe qué hacer con sus vidas y, ante la falta de ingresos o la natural y bien vista codicia por obtenerlos, han decidido adquirirlos pregonando a los cuatro vientos las boberías de su aburrida vida conyugal, además de airear con gran pompa los trapos sucios de su conocida, esperpéntica y británica familia; también se podían haber dedicado a trabajar, como el resto de los mortales, pero el trabajo cansa. Lo cierto es que aunque sus vulgaridades probablemente no se diferencian en nada de las del resto de los mortales, sucede que el resto de los mortales no pueden ganar millones ventilándolas. Mala suerte.

Claro, semejante bicoca ha hecho relamerse a cualquier medio que se mueva en internet, da igual la ralea del mismo, que ha visto en las simplezas de la pareja un modo de ganar dinero vía publicidad, que es de lo que viven, o a lo que se dedican, la mayoría de las web que pueblan la red. Así, cualquier incauto o despistado que visite una página por el motivo que fuere corre el peligro de tropezarse con los caretos de la bendita pareja y, a poco que se descuide, se hallará pinchando en los correspondientes enlaces movido por una mezcla de aburrimiento y desidia que le terminará atando a una pantalla que cada vez proporciona menos cosas de interés.

El negocio es el negocio, el santo motor de esta sociedad, y cualquier trapo, sucio o no, es bueno si lo facilita sin apenas esfuerzo. Estos negocios son una actividad normal para quienes se dedican a ello, a ganar dinero del modo que sea, lo que no acabo de entender es qué interés tienen para el resto de los mortales los problemas de una extraña pareja que vive de no hacer nada, como tantas otras, qué deseos o anhelos frustrados despiertan esos tipos en la gente corriente, qué íntimo morbo remueven y con qué provecho para el público de andar por casa.

No digo nada nuevo si afirmo que en los tiempos que corren resultan anacrónicas las familias reales, especie de diosecillos en la tierra avalados por espíritus despistados dolidos en su irrelevancia que se autoproclaman monárquicos, curiosa etiqueta que justifica un anacrónico servilismo que mantiene la necesidad de una simbología cuasi divina que contenga al populacho. Solo se entiende su persistencia por la devoción al poder de una aristocracia política y económica que ve en esos ridículos clanes el medio para callar y adormecer a unos súbditos, como suele decirse, más bien ignorantes y con escasa voluntad. Una fuente de ingresos -tanto para los propios reyezuelos como para sus valedores históricos, políticos y económicos- nada despreciable dedicada a perpetuarse en función de una apatía popular que no deja de ser tanto resignación como derrota.

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