Quienes siempre estuvieron y están, quienes nos ven y nombran y con ello nos hacen vivos, por quienes somos, quienes nos conceden todo lo que nos creemos y tenemos, frente a los que nos mostramos, o nos erigimos, los demás, semejantes que tampoco son nada por sí solos.
En ningún momento dejaron de hacer lo que venían haciendo, ocupar los lugares habituales a sus actividades, ejercerlas con un rutinario convencimiento que nada tiene de heroico y sin embargo resulta vital para que esto que hemos construido funcione, o creamos que funciona. A medida que pasaban las horas, tras esa ruptura y el después nada fue excepcional, al menos para ellos, nuestra importancia se resuelve en nuestra propia pequeñez, no hay otro modo, no somos especiales ni diferentes, pero esa consciencia tan personal y necesaria, esa singularización interiorizada para convencernos de que somos y estamos no deja de ser una más entre tantas exactamente iguales.
Nunca faltaron, sin cesar de moverse y trabajar alrededor, una, dos, algunos, saliendo y entrando, hablándome, preguntando, mirándome, sin palabras, comentando entre sí, dando ánimo, con frases de alivio, esperanza; de todo tipo y condición, y carácter, protegidos y sin protección, altos y bajas, con más o menos educación, delicadeza, profesionalidad, da igual la tarea, haciendo lo que saben o deben, mejor o peor. Una atención y constante apoyo que es honrado y justo agradecer e imposible olvidar, de esto no me cabe la menor duda.
En tal estado de sensibilidad hacia lo que te está ocurriendo y quienes te rodean no parece haber actividad más o menos importante, tal vez mejor o peor hecha, sentida en ocasiones como una falta o un exceso, quizás un error, una disputa, una carrera, un ahora vengo, un buenos días, una cara de preocupación, una no tan buena noticia, alguien con quien conversar, aunque la conversación no pueda fluir por cuestiones que no vienen a cuento, cada cual es como es y las circunstancias se imponen al resto, pero siguen ahí. Poco a poco el ámbito se amplía a otros puestos y lugares, incluyendo más y más gente que no ves ni te ven, ni te imaginan, eres parte de su trabajo, allá donde estén y lo ejerzan, o tan solo estás en su tráfico diario. De dentro afuera todo sigue funcionando con normalidad, por esa parte ninguna novedad, la propia irrelevancia queda patente en que nadie ha reparado en ti como algo excepcional, exceptuando los obligados, los que te quieren, los que siempre han estado cerca, o eso nos gusta suponer.
También llega el momento en el que no puede evitarse focalizar y valorar la importancia de uno y otro trabajo, de arriba abajo, el conocimiento, la profesionalidad, la pericia, rapidez, el acierto en la toma de decisiones y, aunque todos cumplen con su objetivo, no todos nos parecen iguales porque no lo son, pero tampoco tiene porque ser mejor o peor. La organización y distribución de la sociedad y de por qué cada cual ocupa el lugar que ocupa nunca puede ser el tema, sería perderse en disquisiciones que no conducirían a ningún lugar. Como también fue importante aquella decisión, cuando dije voy, esto no puede seguir así, la ocasión, la oportunidad, el tiempo, la casualidad, la suerte, sí, la suerte de ser precisamente ese momento y no otro, y que a partir de entonces todo se desarrollara con la mayor celeridad alcanzando los resultados hasta ahora conseguidos.