Si afortunadamente hay un después sucede que de pronto te sientes atropellado por el inicio de una actividad tan incesante como desordenada, como si tu propia cabeza, en ese preciso instante consciente de su estado y papel y en posesión de un tiempo que parece abrirse intentando prolongarse, o tan solo abrirse, necesitara lanzarse a formular cualquier cosa a la que pueda aplicarse un significado o sentido, o que tan solo pueda organizarse, configurarse como un enunciado, una idea o un juicio, da igual si proyecto o no, alguna explicación, breves preguntas que no necesitan respuestas porque con su sola constitución ya son algo de lo que echar mano, aunque solo sea hasta la siguiente, y hablar de siguiente es moverse entre segundos, pero da igual, lo importante es una actividad llenando ese tiempo que sigue extendiéndose sin límite aparente.
La mucha o poca energía para ello sigue ahí, fluyendo, la sientes a medida que conjeturas, reformulas o vuelves a demandar, cuando pasas de un instante al siguiente sin preocuparte si lo que acabas de dejar o perder, no hay diferencia, tenía respuesta, venía a cuento o significaba algo que pudiera, si no ser importante, al menos coherente, tampoco sabes muy bien para qué. Te mueves indistintamente hacia atrás y hacia adelante, sin muchas ganas ni recursos para profundizar en un pasado que ya no importa, es pasado y no es el momento de ponerse a descerrajarlo y buscar causas o errores que ya no tienen remedio porque es tarde, eso sí es indiscutible; en cambio, el lado contrario no llega a futuro, eso también está claro, no tan lejos. Cauto y prudente aventuras con más precauciones que ilusión cualquier cosa que pueda concretarse en una posibilidad, dadas las circunstancias, de aparecer como real en plazos más bien breves, mañana, algo que hacer, una cuestión pendiente que no sabes a cuenta de qué ha aparecido por allí.
Ha transcurrido otro día y apenas te has dado cuenta, la luz del sol ha vuelto a desaparecer y las sombras de la noche lo ocupan todo, el tiempo sigue, imperturbable, tirando de ti sin que apenas sientas su presión porque necesitas ocuparlo en un permanente ir y venir de una realidad tan viva y liviana como prosaica a una actividad cerebral que se permite cualquier licencia sin averiguar porque no viene a cuento, ni ahora ni después, ¡después! ¡qué lejos!
La precariedad todavía se siente de tal modo que no hay necesidad ni siquiera de pensar en ella o considerarla como una opción, se manifiesta mediante tiempos vacíos que son pura estancia, y paz, nada más, que se suceden y prolongan sin orden y criterio, llegando sin saber o por otro lado; los permites y vives en y con una especie de calma que sí es de este mundo, de eso estás completamente seguro. Eres consentimiento sin otra opción que continuar resolviendo el tiempo en una especie de tibieza que no llega a nervio instándote permanentemente hacia adelante porque no hay otra cosa mejor que hacer, aquello y tú, o tú y aquello, da igual, minutos, horas, días, sí, días, esperas, temores, dudas, algún que otro pequeño proyecto que luego, en otro momento, considerarás estúpido o carente de todo sentido. Pero es lo que hay porque sigues aquí, embarcado en un movimiento visceral que concreta tu existencia en una sucesión de pequeños pasos a los que prefieres, ni sabes, cómo calificar o nombrar.