El último del año

Un par de días antes de las fiestas vi bajar de un coche a dos mujeres y un hombre jóvenes adornados con motivos navideños, probablemente regresaban de alguna celebración o despedida en el lugar de trabajo; el año se aproximaba a su fin, las fiestas casi estaban aquí y había ganas por disfrutarlas, a pesar del escenario que padecemos y los nada favorables presagios con respecto a las primeras semanas del año que viene. Situaciones similares se habrán repetido en infinidad de lugares, también como una forma de olvidar el extraño año que termina, periodo de tiempo al que algunos, más aburridos que el resto, ya le andan colgando etiquetas a cual más nefasta, como si nuestro empeño por ordenar el tiempo tuviera algo que ver con lo que está sucediendo, y poner una cruz en rojo sobre un número y arrojarlo al fondo de la memoria tuviera alguna trascendencia, un ridículo exorcismo que no solucionará nuestra sempiterna imprevisión, nuestros miedos o la caprichosa superficialidad que nos gusta exhibir; como tampoco significará el destierro definitivo del recurrente e inmoral sálvese quien pueda que solemos guardar bajo la manga.

No, el fin de año nada que ver con los números, se trata del título que le hemos colgado a la periódica renovación de un ciclo que se repite con cada circunvalación del planeta alrededor del sol, otra cosa es que nos guste creer que marcándolo cerramos una etapa a la que sigue un nuevo inicio con el que llegará una más deseada que efectiva redención. Termina un año, nos decimos, y con ello recapitulamos sucesos, recuerdos, alegrías y proyectos no cumplidos, carne para hipocondriacos y agoreros, para derrotados y emprendedores, para los presagiadores y amantes del mal fario, para los gafes y, cómo no, también para los rectos y clarividentes hiperresponsables -en permanente cruzada contra la mala cabeza de la especie, y con razón-, siempre alerta ante la inconsciencia e irresponsabilidad de una población que nunca parece preparada -hasta que se ve con el agua al cuello-, reacciona con lentitud o se encasquilla ignorando o fingiendo, como si la cosa no fuera con ellos y hubieran de ser otros los que tuvieran que dar el primer paso.

Este mundo es lo que es y está como está en función de nuestra voluntad, tanto individual como colectiva, se acaba otro año que consideraremos peor, o aciago, pero en ningún lugar está escrito que esta vida haya de tener un solo color, y mucho menos obligatorio, regalo y atención exclusiva a nuestro infantil egoísmo y persistente desinterés por los juicios razonados y las perspectivas de largo alcance; si en condiciones normales apenas nos preocupamos de lo que hay y por qué, por los demás y sus vidas ¿por qué la vida ha de hacerlo por nosotros? Es tan solo un número, ¿sabemos qué es un número? Si nuestra cacareada posición en la cúspide de la vida en este planeta no nos sirve para hacer algo más y mejorar es que nuestra endémica gilipollez aún persiste y no tenemos remedio; aquí seguimos, tanto para llorarnos como para celebrarnos, pese a quien pese, aunque solo sea en círculos reducidos. El ciclo se renueva y para nosotros es otro año el que se va, como tantos otros se fueron antes -millones de ellos sin número- y tantos que vendrán -que no veremos pero felizmente numerados-, tan nuestro y vivido como el que más. Salud.

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