Comparar futbolísticamente a Maradona con Messi no deja de ser una pérdida de tiempo porque no es posible tal comparación, intervienen en ello factores de tiempo, momentos, memoria, fútbol o gustos personales que dificultarían cualquier posible entendimiento, bueno, también puede ser una forma de entretener cuando no hay nada más importante que hacer y hay que rellenar los espacios de deportes justificando dinero y trabajo. Donde no es posible tal comparación es en el simbolismo y la relevancia social, y si es menester en la importancia histórica, de uno y otro jugador, en este caso Messi se diluye como un azucarillo hasta la completa intrascendencia. La trascendencia social, el impacto del fenómeno sociológico Maradona, el mito -incluso-, aunque nace y se desarrolla a partir del fútbol, fue extendiéndose y ampliándose en el tiempo hasta engullir al jugador y a la persona, por eso se equivocan aquellos que con motivo de su muerte exigen luz y taquígrafos para los numerosos errores que el tipo cometió durante su vida, no es el caso. Las pasadas y multitudinarias manifestaciones de condolencia por su muerte transcienden el deporte de la pelota.
Maradona, además de un genial futbolista, fue lo más parecido a un mesías, el inesperado redentor de unos pueblos históricamente humillados y vencidos. Durante unos gloriosos años puso en el mapa social y representativo italiano, además de futbolísticamente, a una región que hasta entonces, al igual que sigue sucediendo hoy, simbolizaba lo peor del país, la pobreza, el subdesarrollo y la ignorancia de un sur que la religión más supersticiosa y la mafia habían convertido en su territorio. Hoy Nápoles, y el Nápoles, siguen donde estaban, pugnando por hacerse un lugar entre el orgulloso, rico y arrogante norte italiano, pero ya sin Maradona.
Simbolismo al que sumar, y en mayor importancia si cabe, lo que significó para el pueblo argentino la victoria contra Inglaterra en los cuartos de final del mundial de México -con dos goles del propio Maradona-, así como la posterior obtención del título. La venganza de un pueblo que hacía tan solo unos años había sido derrotado en una guerra absurda por un puñado de islas situadas junto al fin del mundo, una desigual contienda contra los restos de un Imperio Británico -auxiliado por judíos y norteamericanos- que vio en el estúpido órdago de aquella cuadrilla de generalotes argentinos, lanzado con el fin de distraer a la población de su flagrante incompetencia a la hora de dirigir el país, la oportunidad de revivir viejas glorias imperiales. Una lucha desigual en la que se enfrentaron la tecnología y el poder económico del momento contra un incapacitado y hambriento ejército de jóvenes tan engañados como desorientados.
Este último es el Maradona recientemente desaparecido, el otro, el futbolista, ha de aparecer forzosamente porque de lo contrario sería incomprensible y entendible para alguien sensato el revuelo que ha levantado, tanto en Argentina como en Nápoles, su reciente muerte.
Frente al fenómeno Maradona Messi vegeta de forma cada vez más anodina hacia el final de su carrera, viendo cómo se alejan sus mejores años y sin ser capaz de decir basta, despojado de toda épica, sin estímulos, temido y odiado por sus propios compañeros, incapaces jugar al fútbol -como si se tratara de meros aficionados- porque también son incapaces de desprenderse de la influencia y el peso de su sombra; convertido en un chupón cada vez más previsible al que solo le queda esforzarse por ganar todo el dinero que pueda, mientras le duren las piernas.