Trabajando

Las autovías y carreteras en buen estado van dando paso a otras de menor categoría en las que la señalización, junto con la calidad del firme, disminuye, persiste la oscuridad de la noche sobre el escaso tráfico, la conversación ha ido languideciendo y ahora cada cual se dedica a lo suyo, excepto el conductor, supongo, que atiende a la carretera resintonizando una radio que cada vez se oye peor. No consigo dormirme, será que he dormido suficiente y bien o que el madrugón me mantiene despejado, aumenta la frecuencia de las curvas y el paisaje comienza a despertar y colorearse con las primeras luces del alba, el relieve se va accidentando a medida que nos aproximamos a nuestro destino. Arbustos y matorrales, cada vez más altos, pueblan lomas, cerros y vaguadas más y más estrechas; robles, pinos y encinas salpicando grandes y onduladas superficies dedicadas a un cultivo extensivo ya recogido o a pasto de un ganado imposible aún de distinguir. Se suceden las pendientes y recovecos marcados por las numerosas rasgaduras de cauces secos, trazos caprichosos de otros días en los que el agua correteaba regalando un paisaje que comienza a latir con las claridades que anteceden a la inmediata salida de un sol dispuesto a cegarnos tras cualquier recodo del camino.

Me sorprende un frenazo inesperado, en ese momento no estaba prestando atención a la carretera; casi me paso -comenta para sí el conductor. Un giro de noventa grados nos sitúa ante unas puertas metálicas que me encargo de abrir, fuera del vehículo la fresca brisa del amanecer termina de despabilarme, otra hermosa mañana que el sol comenzará a alumbrar y caldear de un momento a otro, atajando por alguna de las cimas de los montes que nos quedan por delante, hiriéndonos en los ojos y haciéndonos más difícil distinguir las numerosas curvas del camino. Aguardo a que pase el coche y vuelvo a cerrar las puertas de la finca, dejándolas tal y como estaban. Las ovejas nos miran indiferentes o se reúnen en pequeños grupos que van apartándose del camino a nuestro paso, otras no, otras siguen comiendo mientras se alejan con calma de nuestro alcance, algunas siguen corriendo; ascendemos y es justo entonces cuando el sol no nos deja ver, pero no equivocamos el camino, tampoco erramos con los cruces y las divisiones. Si fuera yo el que condujera probablemente ya nos habríamos confundido de dirección, menos mal que solo me dedico a disfrutar de lo que nos va saliendo al paso, incluida la hermosa y cegadora luz de otra mañana de trabajo casi en el paraíso. Cruzamos el primer paso canadiense abierto en una valla que serpentea atada al relieve, más curvas, encinas y robles bajo los que se acomodan vacas paciendo tranquilamente, ajenas a nuestra interrupción; algunas alzan la cabeza sin dejar de rumiar y nos miran con indiferencia, nuestra mirada se cruza con la suya sin que sepamos qué pensar o decir, nadie sabe lo que pasa por la cabeza de una vaca, lo que cada cual desee imaginar de un animal que vive y siente bajo otros pulsos. Alguien comenta que hoy hará otro buen día y yo pienso que no hace falta irse tan lejos, ya es un precioso día tan solo por estar donde estamos, aunque sea el trabajo lo que nos ha traído hasta aquí. El segundo paso canadiense nos lleva a cambiar de vaguada, más cauces secos, más vacas pastando en otro día exactamente igual que el anterior. Casi a la altura de la cima siguiente, en la curva, pasamos el tercer paso y descendemos cuando vemos las primeras hembras acompañadas de crías de pocos años, algunas de esta misma primavera, no tan recelosos como pudiera parecer, se alejan prestos del camino para detenerse unos metros más allá y girar la cabeza observándonos atentos a cada uno de nuestros movimientos; parar el vehículo para intentar hacer alguna fotografía no sería problema, pero tenemos tarea por delante y no hay tiempo que perder. Otra ascensión y una nueva depresión por donde el camino se prolonga junto a otro cauce seco; volvemos a ascender hasta llegar a la vía, junto a al antiguo y medio derruido edificio de la estación. Detenemos el vehículo y saludamos al sol dibujando las primeras y alargadas sombras de la mañana prolongándose por lomas y caminos. Como he de aguardar a que mis compañeros hagan su tarea antes de comenzar la mía, desciendo hasta el borde de un camino desde donde puedo divisar el sinuoso sendero que nos ha traído hasta aquí y admirar en silencio cómo se suceden, hasta donde alcanza la vista, unos montes salpicados de robles y encinas, y empezar a distinguir algunos machos de enorme cornamenta. Me alejo algo más de mis compañeros hasta casi no oír su conversación y entonces puedo admirar en todo su esplendor el espectáculo del día, disfrutar del silencio de la mañana salpicado de los trinos y cantos de pájaros que desgraciadamente desconozco; algunos buitres trazan círculos ascendentes en el aire. Poco a poco comienza a imponerse la retadora llamada de numerosos animales marcando su territorio y solicitando a las hembras, hasta que llega un momento en el que estoy rodeado de los sonidos de una berrea que se prolongará poco más de una hora, hasta que el sol comience a calentar la tierra y nosotros tengamos que largarnos de allí, ya entrada la mañana, lo que aún me permitirá, durante varios kilómetros de una vía sinuosa, seguir disfrutando de una naturaleza tan serena como emocionante en la que no dejaré de ver más y más ciervos, machos orgullosos y desafiantes oteando su territorio, otros más jóvenes provistos de cornamentas recién estrenadas esperando su año descansando bajo antiguas encinas y numerosas hembras y crías entretenidas en un permanente y rutinario ramoneo por el que no parece pasar el tiempo. Me iré con la increíble sensación de haber disfrutado y saboreado de forma tan especial otro día de trabajo.

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