Cansancio

Tal vez sea porque el otoño se ha presentado de pronto, lo que no es tal porque astronómicamente ya llevábamos algunos días en él -aunque meteorológicamente no lo pareciera-, o porque el cansancio, habitual en cualquier actividad humana, es ya excesivo; el caso es que parece como si no nos moviéramos, expectantes, siempre al principio, que el paso del tiempo no hubiera existido y siguiéramos detenidos en el punto de partida sin saber qué hacer. Falsa percepción, o no, el evidente embotamiento general no significa que los sucesos no prosigan su marcha independientemente de nuestra terca pasividad. De pronto desconocemos el significado de qué, cuándo y cómo, y en lo referente a qué es excesivo seguimos en las mismas. No hay baremos ni medidas, y las pocas referencias disponibles carecen de consistencia, o simplemente no interesan, algo así como sucede con el dolor, que dependiendo del sujeto que lo sufre en algunos casos le va la vida y en otros es como no decir nada, se dedican a soportarlo sin preguntas.

Hoy, las malditas obligaciones de cualquier adulto, de las que renegábamos por sistema, nos parecen importantes, las echamos de menos, eran nuestros guías, organizaban un programa personal de actividades que, sin embargo, siempre intentábamos, como niños incorregibles, trampear; licencias infantiles, cuando ni deberes ni obligaciones preocupan, remanecidas como ventanucos por los que respirar del agobio y la ansiedad añadidos a nuestras propias decisiones, también de los que nos procuraban nuestras mucho más numerosas indecisiones. Incluso presumíamos de reírnos de las ataduras que organizan la vida adulta porque nos gustaba creernos libres y con autoridad para decir que no, aunque en el fondo supiéramos que algunas de esas negaciones eran como dispararse en el propio pie, otra forma de evadirnos o sentirnos por encima de cuando simplemente se trataba de dar la espalda a lo que no nos atrevíamos a mirar de frente.

El cansancio que creemos padecer parecería desafección si no fuera porque se trata de ignorancia, deserción de nuestros propios actos y decisiones por pura incompetencia, incapaces de reconocer dónde tenemos la mano derecha. Porque tampoco se trata de echarle sistemáticamente la culpa a los políticos y quedarnos a resguardo, la misma excusa de siempre que no deja de ser eso, una ridícula excusa, los políticos que tenemos son los que hemos elegido, tipos exactamente iguales a la gente que los vota, así que, probablemente nos iría mejor si dejáramos de lanzar balones fuera y asumiéramos como tales nuestras miserias de país menor de edad aficionado a las zalamerías y las bravuconadas.

Quizás la cuestión del cansancio no sea tan evidente, o sí, pero lo cierto es que nos hemos -o nos han- habituado de tal modo a lo previsible que cuando aparece una nube en el horizonte, obligándonos a detenernos y calcular o prever, automáticamente nos bloqueamos, tal y como sucede ahora. Hace ya tanto que dejamos de servirnos de la propia iniciativa para organizar nuestros propios pasos que en algunos casos ni siquiera sabemos que existe, o para qué; hoy la iniciativa se circunscribe a incordiar, romper las reglas, joder al prójimo o hundirse uno mismo en la incompetencia más absoluta mientras se reniega del prójimo y de un mundo que nos mantiene con las manos atadas, cuando en el fondo nunca supimos qué hacer con ellas.

No es cansancio lo que padecemos, es incompetencia ciudadana, pereza social y política, echamos de menos la rudimentaria zanahoria que habitualmente nos obligaba a movernos, que no dirigirnos, aunque después nos gustara recostarnos plácidamente para así aprovechar la inercia; la cuestión era dónde poner el siguiente paso, paso que se limitaba exclusivamente al hecho físico, porque cualquier metáfora que pudiera aplicarse al mismo sería errónea, un acto baldío. Ni queremos ni podemos, y, lo que es peor, tampoco sabemos qué hacer, cómo comportarnos, cómo organizarnos, cómo hablarnos, sin manos ni pies, ni sentido común capaz de guiarnos a la hora de conseguir un mínimo del que disfrutar, para mirarnos a la cara, al menos para darnos ánimo con el que afrontar y sortear el cansancio de esta incompetencia general; e incluso solazarnos mínimamente en los breves y consistentes frutos de una actitud política y social mínimamente consecuente y racional.

Esta entrada fue publicada en Sociedad. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario