Comercio

“Compra fácil, vive mejor”, este era el mensaje final que cerraba un spot publicitario visto en cualquier sitio, o en todas partes, dada la casi desesperada y criminal ubicuidad de la publicidad en nuestra sociedad; tampoco importa quién o qué pretendía vender porque se trataba de vender, una actividad, invención o facultad humana que con el paso del tiempo se ha convertido en el motor de este mundo. Hoy todo es susceptible de comprarse o venderse, es decir, de transformarse en dinero, desde gobiernos y organismos internacionales hasta el más pequeño favor entre individuos. Hemos asumido sin rechistar que, por ejemplo, cualquier pregunta o solicitud de información que planteemos a otro u otros debe ser recompensada inapelablemente con una cantidad o algo equivalente. Si usted tiene un interés concreto en algo o alguien y lo deja ver ante la otra persona, como sería normal, tenga en cuenta que ésta puede pensar, y no sería nada extraño, que si a usted realmente le interesa no tendrá inconveniente en ofrecer algo a cambio; no es que usted, con buen o mal criterio, decida en agradecimiento y por propia voluntad recompensar económicamente o con un regalo lo obtenido, tal vez porque piensa que dar las gracias le parece poco, sino que el otro se creerá con todo el derecho del mundo a pedirle lo que considere necesario por el favor o la información solicitada, valor o cantidad que puede variar en función de su interés. No se trata de que usted pregunte o pida porque presupone la amabilidad de cualquier persona a quien le haga la pregunta o le pida el favor, sino que ésta considerará anterior y más importante su propio interés, y muy normal pedirle lo que crea conveniente según el apremio que usted mostro en su petición; de amabilidad nada, si usted quiere algo sepa que le va a costar, si o si.

Y algo que podría ser extraordinario o puntual pasa a ser corriente, u obligado -sería interesante averiguar qué parte de culpa puede tener, por ejemplo, el cine a la hora de mostrarnos como algo normal el pago por cualquier información. Si la urbanidad, la deferencia o la gentileza comienzan a tener un valor económico cualquier relación entre humanos se convierte automáticamente en comercio. Y sin impuestos -hacienda no puede llegar a todos sitios-, hasta el punto de que la propia libertad acaba valorándose en función de la capacidad de vender… o de venderse, se impone un ‘a cambio de’ que deja a un lado el desinterés, la cortesía o la simple amabilidad, comportamientos obsoletos, de otro siglo.

Existe una aplicación que muestra a unas jovencitas, tan avispadas como aburridas -aunque no lo crean este casi oxímoron tiene un más que evidente significado económico-, y la posibilidad de poder ganar unos euros, libres de impuestos, vendiendo lo que no se ponen o ya no les gusta de su armario; actividad tan inocente y lúdica como ventajosa, una forma de encontrar una rentabilidad económica a sus propias vidas mucho más lucrativa e interesante que cualquier proceso de madurez al uso, todo un proceso de aprendizaje para este mundo tan competitivo que nos rodea. Imagínense.

Lo que pretendía ser una curiosidad, una observación, ni siquiera ha llegado a alegato, tal vez una pobre y desorientada denuncia de otra de las numerosas incoherencias que desinteresadamente ponemos en práctica los humanos. Comerciar, vender, venderse, vendernos, convertirnos voluntariamente en mercancía hasta el punto de perdernos el respeto como especie. Qué lejos queda el concepto de enajenación marxiano, y qué corto; bueno, dicen que Marx está desfasado.

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