LTI

Llegué a este autor por sorpresa, como en los mejores regalos, un nombre que miré con cierta suspicacia porque no lo conocía, otra confirmación de lo poco que uno sabe. El estupendo cuento de nunca acabar. Luego me documenté sobre Victor Klemperer y de lo poco que pude encontrar en castellano me sorprendió que lo más reseñable fuera su nulo aprecio por este país, del que tenía una impresión deplorable. Así que, no me quedaba más remedio que leerlo.
Ahí acabaron todas mis prevenciones. LTI (El lenguaje del Tercer Reich, sería la traducción al castellano) es otro descubrimiento tardío que viene a colocar otra pieza más en la inacabable tarea de reconocernos a nosotros mismos -o lo que es lo mismo, descubrirnos-; en este caso a través de usos y formas del lenguaje que hemos asumido como propias sin preguntarnos acerca de ellas, algunas de las cuales, sin embargo, tienen un origen oscuro o francamente inconveniente. Términos y expresiones cotidianas sospechosamente relacionadas con la técnica y el deporte, los grandes anuncios, los caracteres enormes de la publicidad o el incansable movimiento del que nos gusta hacer gala incluso a nuestro pesar; el no desfallecer, seguir al resto, jamás detenerse o pararse a pensar mientras el mundo sigue adelante, sin admitir un pero ni un minuto de reflexión.
De la lectura del libro impresionan los métodos del nazismo para manipular el subconsciente colectivo -se trata del lenguaje-, las formas subrepticia y calculadamente violentas y expeditivas a la hora modificar el pensamiento y las expresiones de los ciudadanos, independientemente de sus orígenes o nivel cultural, creando una atmósfera de servilismo, sumisión y miedo que, sin embargo, nadie notaba o fingía no notar porque nadie se atrevía a discrepar o criticar lo que en todos los sentidos era un secuestro intelectual de la población. Una tensa situación social en la que la sospechosa e inquebrantable fidelidad hacia el régimen expresada públicamente servía como lenitivo para las mentes más suspicaces, obligadas a permanecer en silencio por temor a las reprimendas de sus conciudadanos, en muchos casos violentas. El gusto por las manifestaciones y celebraciones públicas en las que primaban las afirmaciones positivas y reivindicativas de los dogmas y consignas del régimen; la unificación de enemigos o, literalmente, su torticera invención con tal de fijar y memorizar un único rostro al que odiar y denigrar, en el que iban incluidos los pocos que usaban la razón y el sentido común a la hora de reconocer la barbaridad y la sinrazón de los comportamientos sociales en un estado general de secuestro colectivo; unos pocos que debían permanecer callados e intentar pasar desapercibidos so pena ser denigrados, y hasta violentados, públicamente.
Pero lo más interesante venía después, a medida que avanzaba en el texto no costaba reconocer en la actualidad situaciones similares a las que estaba leyendo, y eso era espeluznante. Por ejemplo, el ambiente tenso, secuestrado y asfixiante era el mismo que alimentaba la dictadura franquista, allá en mi infancia y adolescencia; y ¡sorpresa! un ambiente muy semejante al que se viene viviendo hoy tanto en Cataluña como en el País Vasco. Ese apego a la tierra, a los instintos, a la sangre, esa humillación pública y privada ante las consignas del régimen que hace imposible expresar públicamente ninguna crítica o disensión por miedo a ser censurado, insultado o agredido; la desagradable sorpresa de cómo unos métodos lo suficientemente conocidos y sobre los que deberíamos estar más que prevenidos siguen obteniendo sus peligrosos frutos, también hoy, entre una incauta ciudadanía, dócil y carente del sentido crítico que se le supone.
De acuerdo que durante el franquismo esas formas y represión fueran un hecho tan evidente y consumado como estudiado -a partir del libro puede comprobarse cómo el nazismo y el franquismo practicaban métodos similares-, pero que en la actualidad se sigan utilizando y, lo que es mucho peor, funcionando entre personas a las que se les supone una educación a salvo de tales maquinaciones es desolador.
Como escribe Klemperer: ¿Cómo fue posible que gente culta cometiera tal traición a la cultura, a la civilización, a la humanidad? Hoy me hago la misma pregunta.

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