Reconocidas y fácilmente reconocibles las posiciones generales de uno y otro lado, voy a echar mano de un último recurso que, creo, influye de manera definitiva: el trabajo. La siguiente sentencia o maldición es fruto de este injusto mundo que padecemos: ganarás el pan con el sudor de tu frente; sanción que obliga a las personas a una actividad, el trabajo, mediante la que obtener ese pan -ocupación que nada tiene que ver con otras actividades con el mismo nombre. Sobre el trabajo se puede decir de todo, tanto malo como bueno, pero lo que es ineludible es su siempre cuestionable obligación; cómo nos han convencido de que sin trabajo no somos ni seremos nadie. Y para que no olvidemos, ni tengamos dudas o nos hagamos preguntas se ha inventado una actividad denominada igual -solo que exclusivamente lucrativa- para esa mínima parte de la población que detenta el poder y dirige la sociedad, especie de eufemismo manipulador y tramposo que nada tiene que ver con lo que la mayoría de los mortales entiende por trabajo.
Trabajo es una especie servicio que se da, ofrece y en último término se vende a otro u otros a cambio de una compensación, generalmente monetaria, indispensable para conseguir el pan tan necesario para vivir -que el pago sea o no justo es otra cuestión. Puede ser tanto obligación como castigo, y su realización condicionará el pensamiento individual a lo largo de toda la vida, en muchos casos hasta hacer del sujeto una persona y pensamiento cautivos. Con ello no quiero decir que este servicio convierta automáticamente a quien lo realiza en siervo, pero en una mayoría de casos sí.
El trabajo como actividad individual también es una forma de opinión o juicio por parte de un sujeto cualquiera sobre el mundo en el que vive, tanto por el tipo de trabajo como por su forma de trabajar; el trabajador se manifiesta políticamente a través de él, por ello es más fiel a la realidad contemplar al individuo por el trabajo que ejerce y cómo lo ejerce que por lo que dice. Del mismo modo, un trabajo sitúa automáticamente al sujeto en el engranaje de una estructura social, y hasta tal punto condiciona su forma de ser que en ocasiones resultará difícil precisar qué fue antes, su opinión sobre la realidad que vive y le rodea, anterior e independientemente del trabajo, o el trabajo como razón vital, causa originaria de la identidad y el pensamiento propios.
Para un individuo de izquierdas el trabajo es tanto un derecho como una necesidad, y su experiencia es concebida inmersa dentro de un proceso personal que, en última instancia, siempre tiene que ver con quienes le rodean y con la sociedad en la que vive, no olvidando su significación y sus repercusiones sociales; una actividad que se engrana en la propia vida como una parte importante, o la que más, pero en todo momento supeditada a otros valores y temas que complementan o completan la vida diaria. Para estas personas el trabajo tiene poco que ver con la ostentación o el prestigio que no se derive exclusivamente de la labor profesional, no del puesto, sin embargo, su necesidad puede convertirse en algo obsesivo o angustioso en función de cuestiones vitales o de extrema necesidad complicadas de delimitar. Por supuesto que también existe el afán de mejora laboral, pero, como he dicho, subsumido en un proceso personal de mayor envergadura en el que nunca desaparece del todo la prevención respecto al acceso a unos recursos básicos y dignos indispensables para una vida civilizada. Esta prevención nada tiene que ver con el miedo a los superiores y su exigencia de sumisión permanente, todo lo contrario, priman el respeto, la participación y la colaboración entre iguales, desconfiando de la adulación y de la soterrada y manipulable competencia por puestos y objetivos dentro de una lucha que solo beneficia a los poderosos. Estos individuos contemplan el poder derivado del trabajo en perspectiva, entre la sospecha y la desconfianza, siempre atentos a no convertirse en uno más, en acabar enajenados o como un producto desechable más del mercado. El trabajo es trabajo y su obligación no impide que el propio pensamiento siga siendo libre a la hora de interesarse y conocer cómo se mueve el mundo y qué papel desea jugar uno en él.
Para un individuo de derechas, en cambio, el trabajo es una actividad mercantil, de hecho, para estos sujetos toda actividad humana es susceptible de ser convertida en dinero -lo que generalmente viene a significar un mundo personal tremendamente reducido. Llega a ser algo obsesivo, una actividad que comienza y acaba en uno mismo y no tiene nada que ver con su objeto último, su necesidad pública o privada, sus beneficios, también públicos o privados, su repercusión social o los perjuicios, tanto directos como indirectos, que pueda causar; cuestiones ajenas tanto a la actividad misma como a su correspondiente recompensa. Sus intereses se circunscriben al lugar en la jerarquía social que el trabajo les puede proporcionar y el modo de vida que les procura, privilegios, posibilidad de ostentación, mayores ingresos, un ocio diferencial o un consumo desmedido entre otros, sin olvidar la siempre tentadora aproximación, o posible inmersión, en círculos subsidiarios de poder cada vez más elevados. Evidentemente, para tales fines son necesarias las correspondientes dosis de soberbia, intransigencia, egoísmo, docilidad, temor y adulación para con los poderosos -así como la asunción como propios de sus objetivos. Sin olvidar la permanente y desconfiada competencia con los que son como ellos, todos los demás en potencia, no dudando en despreciarlos, amenazarlos e incluso zancadillearlos por voluntad propia o recomendado por sus superiores. Este tipo, además de ser de derechas, piensa y actúa como un siervo, jamás será libre.
Así llegamos al final. Reconozco la dificultad de la tarea y que de ella penden demasiados hilos sueltos, pero en el fondo no me preocupan, un individuo de izquierdas siempre será capaz de sentarse a discutir y discutirlos, su opinión es tan importante como la mía; uno de derechas, en cambio, rechazará de forma despreciativa lo que no le guste y se negará a discutir aquello que solo para él es evidente. En fin, reflexionen y posiciónense ustedes mismos, y la próxima vez no vuelvan a decir, ni acepten, aquello de que en política ya no existe izquierda o derecha.
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