Incompetencia

Al igual que muchas familias que viven al día y afrontan un gasto extra como si se les viniera el mundo encima, así nos hemos quedado con esta epidemia, vivíamos, según impone o aconseja el orden económico actual, al día, préstamo a préstamo, provistos de unos pertrechos y suministros básicos -para ir tirando- y con reservas muy cortas o prácticamente inexistentes. Pidiendo nuevos préstamos para pagar los intereses de préstamos anteriores; préstamos que, como nos venían diciendo, servían para mover la economía. Sin un fondo del que echar mano en caso de necesidad y sin que nadie se preocupara de establecerlo o de hacernos su carencia. La cuestión era mover el dinero, que, nos decían, es lo que da la vida, además de más dinero a quienes se encargan de hacernos creer que es la única manera de que esto funcione. La economía es una ciencia tan limitada que solo da para un único modelo, cualquier otra cosa es anatema.
Pero, con ser malo, no es lo peor. Además de estas discutibles costumbres, nos habíamos habituado y permitido que pelotas, incompetentes y lameculos aspiraran y ocuparan puestos de importancia, directivos, inspectores, gestores o responsables de organización -probablemente habrá muchos más, la incompetencia no tiene límites-, puestos conseguidos a base de hacer lo que mejor sabían, como bien dicen sus nombres. Gente experta en babear a la búsqueda de hombros que sobar porque lo que más ansían es un despacho, una secretaria -a ser posible “que esté buena”- y una cuenta de gastos sin límite, y, por supuesto, no trabajar. No obstante, permanecíamos callados y a lo nuestro porque al parecer eso no iba con nosotros, era meternos donde no nos llamaban. Cada cual es libre de hacer lo que le venga en gana, allá él, si tengo la mala suerte de que me toca uno de esos en mi trabajo, o más de uno, me aguanto, o intento adaptarme y pillarles las vueltas, la cosa es no tener problemas, darles lo que quieren y punto.
Hoy, desgraciadamente, muchos de esos siguen en sus puestos pero no hay culos que lamer, porque cada cual intenta poner a salvo el suyo, solo queda de ellos su incompetencia. Ahora tienen que dar la cara, cuando no saben ni donde tienen la mano derecha. Sobrepasados por la situación se dedican a dar palos de ciego, desconocen las tareas profesionales de las que dicen encargarse u organizar porque nunca fueron profesionales -es indiferente si buenos o malos-, o porque directamente jamás se interesaron por nada. Desprecian los consejos de profesionales porque no los entienden o no tienen ni idea de lo que les están diciendo, aparecen a deshora -si es que tienen el valor necesario- mostrando lo más duro que poseen, la cara, que con la experiencia no da signos de inmutarse. Son capaces de pasar junto a los mayores problemas y no reaccionar, no es que no sepan, que no saben, sino que su indolencia y desprecio por el trabajo, tanto propio como ajeno, les muestra impertérritos ante cualquier situación, incluso la más extrema. Se esconden y escudan en quien pueden, tanto en superiores con algo de conciencia como dejando las cosas en manos de subalternos aplicados deseosos de dar la cara por si en un futuro los recuerdan y tienen en cuenta para un buen puesto, que de todo hay.
La situación ya no tiene remedio, estaban ahí, solo espero que cuando todo esto pase y podamos asumir cierta normalidad los recordemos. La próxima vez no deberíamos ser tan condescendientes, o tan estúpidos; cualquier profesional sabe -da igual la especialidad a la que se dedique-, en tan solo unos pocos minutos, quién de los que trabajan a su lado es o no es un buen profesional, qué persigue y qué confianza merece. Seamos honestos, impidamos que estos tipos sigan medrando a costa de nuestra abstención.

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