Lenguajes

Para quien conozca algo de la historia reciente de este país probablemente no le llame la atención que los grupos políticos que dicen representar a la derecha -una vieja y repleta olla en la que hierven tradición, patriarcado y bemoles, todo bien sazonado con un tufo a sacristía que se pega a los huesos- luzcan, todavía, un lenguaje amenazador y apocalíptico al parecer incapaz de adaptarse a los modos democráticos. Estos tipos muestran un rancio y despreciativo ardor que les lleva a utilizar sin ningún pudor un discurso simplista -casi infantil-, vengativo y aterrador que resultaría ridículo y trasnochado de no darse la desgraciada evidencia de que tales sandeces aún calan en los votantes, lo que es aún peor. A esta gente parece importarle un pito la obviedad de que en una democracia el gobierno suele ser elegido por votación popular, y que tanto los que votan como sus representantes democráticamente elegidos son ciudadanos del mismo país, compatriotas que persiguen con sus propuestas una mejora de la vida común.
Estas bandas siguen siendo aficionadas a formas y maneras más bien cuarteleras a la hora de las ofertas electorales, añejas advertencias sobre quién es quién -aquello de usted no sabe con quién está hablando- y ningún recato a la hora de insultar y airear cuestiones personales que nunca vienen a cuento, da igual si verdaderas o completamente falsas, además de que nada tienen que ver con la política. Gustan gritar, tal que apocalípticos predicadores, advertencias y soflamas sobre aquello de más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, como también vociferar a los cuatro vientos que quienquiera que gobierne, que no sean ellos o, como mal menor, no luzca un patronímico santamente bendecido, solo será un vendido manejado por alguna confabulación internacional empeñada en destruir la histórica santidad de este trozo de tierra. En su obsesión y sagrado derecho al poder siguen sin asumir la legalidad de compartirlo con los que no sean de su estirpe, cualquier otro solo sería un mindundi con ínfulas que aún cree aquello de un hombre un voto, la igualdad social y la solidaridad colectiva. Son señoritos más devotos de la austera y decente caridad católica -que no rasca el bolsillo propio- que de la justicia distributiva.
Con tal de ir a la contra y en su desprecio por todo lo que conlleve compartir son capaces incluso de ir contra el tiempo. Solo les falta afirmar que moderno o actual son sinónimos de pecado, aunque ya lo hacen con la palabra progreso, maldiciéndola y con ella todo lo que puede ser tildado de tal. El caso es que, astutos y taimados como hienas, nunca dicen lo que ofrecen, aunque ante su silencio y puestos a suponer solo se me ocurren cosas como antiguo, tradición, prejuicios, superstición, patriarcado, machismo, racismo, Dios, caudillo y jerigonzas parecida.
Pero, con todo, lo peor no son ellos, sino la posibilidad de que exista -y desgraciadamente existe- un público o votantes que los escuchan y se tragan sus mentiras, eso es lo verdaderamente terrible. Lo último ha sido la cantidad de embustes, calumnias y obscenidades proferidas al hilo del proyecto del gobierno de una muerte digna. Hay que ser moralmente muy bajo, perverso y sinvergüenza para hablar de ese modo, o un sicario sin escrúpulos, un pérfido sin decencia ni dignidad siempre presto a obedecer las consignas de sus caciques. Porque esta gente considera a la población, a la que directamente desprecian por inferiores, como una masa de siervos supersticiosos, asustadizos e ignorantes que se mueven por miedos, odios y prejuicios; semianalfabetos, temerosos de Dios e incapaces de valerse por sí mismos, permanentemente necesitados de guías espirituales que les ayuden a transitar por el valle de lágrimas que son sus propias vidas.
Da igual el siglo en el que nos hallemos o la tecnología que manejemos, hay un lenguaje, tan antiguo como podrido, que solo entiende esa triste y humillada mayoría sumergida en una ignorancia de siglos.

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