Deprimente

Deprimente, fue la primera y única conclusión de un chaval de veinte años tras la lectura de lo escrito a raíz de la muerte de George Steiner, al parecer no había más, ni curiosidad por quién era el tipo fallecido, por qué es o fue importante, en qué consistía su felicidad, la mesa, el café, los libros, hablar, escuchar o qué hay en la música que él desconociera. Y probablemente llevara razón, ese no es su mundo -este, que ambos compartimos, puesto que hablaba en presente-, el suyo lo gobierna la pujante insolencia de la juventud, la plenitud física, el descaro y, llegado el caso, el completo apasionamiento o la desesperación, o el más trágico desgarro, provocados por sucesos de lo más triviales o que, desde otra perspectiva, admitirían respuestas y soluciones más solventes, o quizás más sensatas y razonables.
Probablemente el muchacho tuvo más en cuenta, o tal vez tomó como ofensa, esas últimas afirmaciones respecto de la ansiedad y el desánimo que les traen de cabeza y que, siempre según ellos, nada tienen que ver con su edad; aunque sean cuerdas que tensan sus propias vidas.
Si uno mira la historia no ve a nadie en particular, como si no hubieran -en un futuro próximo será hubiéramos- existido; ha habido épocas mejores y épocas peores, tipos que sobresalieron, que todavía hoy conocemos, sin que sepamos la letra pequeña de por qué o gracias a quién. Quien tiene suerte y viene al mundo en una buena época probablemente vivirá bien, quiera o no quiera contarlo, en el fondo no era nadie; si, por el contrario, le toca una mala época tendrá que aguantar y desear que el trago pase pronto, en este caso nadie echará de menos sus cuentos, otro más. Entonces ¿por qué no pasar de épocas e historias y dedicarse a disfrutar? ¿por qué hay que ser diferente al resto? Es lo que hay.
Pero, porque hay un pero, en este caso es distinto, a diferencia de otras épocas y generaciones sucede que en la actualidad existen medios y modos -masivos sería quedarse corto- dedicados en exclusiva a inducir y saciar esa ansiedad y resolver de la forma más simple el desánimo entre la parte más joven de la sociedad; el objetivo último es implantar un conformismo infantil, egoísta y caprichoso que ha de durar toda la vida. Se dedican millones de dólares a negocios que tienen por objeto que esa ansiedad no desaparezca jamás, que el desánimo, antes que motivo para una reflexión autocrítica, sea el punto de partida de otro salto hacia adelante, hacia un objetivo ahora más fácil, de pronta satisfacción, tan insignificante como pasar un nivel en cualquier juego, suficiente para recargar las pilas y volver a instalarse en la carrera de no parar con tal de no pensar, no toca.
Una felicidad casi completa -el casi sí es importante, aunque haría falta más dinero; pero lo de independizarse puede esperar. Mientras, siguen pasando los días, meses y años sin querer darse cuenta de que pasan -porque preocuparse no es lo suyo; tal vez en eso no les falte razón-, permanentemente embarcados en esa infinidad de submundos creados específicamente para ellos por esos otros adultos, más listos y mucho menos bocazas y cansinos de lo que pueda ser yo, que no tienen por qué salir en pantalla si consiguen, a cargo de engordar sus negocios, tenerlos cogidos por los huevos (o por los ovarios; si puede decirse así) las veinticuatro horas del día. Como dice mi cuñada… ¡¡qué fuerte!!

Esta entrada fue publicada en Uncategorized. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario