En el cine internacional del pasado año parecen destacar cuatro o cinco películas por encima del resto, 1917, la soporífera Historia de un matrimonio, el último y en exceso estereotipado Tarantino, la genial metáfora que es Joker y su punzante e inconveniente crítica de un mundo tan falso e hipócrita como cruel -para mí la mejor-, en la que va incluida la magnífica interpretación de Joaquin Phoenix, y, por último, la para muchos estupenda El irlandés. Y es de esta última de la que pretendo hacer un punto aparte que me parece interesante.
El irlandés es Martin Scorsese en estado puro, el tema, su forma característica de narrar y los intérpretes; pero para quien conozca y guste del director, como es mi caso, hay consideraciones sobre la película que dejan demasiados interrogantes abiertos, interrogantes que, en mi opinión, acaban penalizando el resultado final. No se trata de que la película haya sido producida por una cadena de televisión de pago y distribuida vía internet, excepto para aquellos afortunados que hayan podido verla en las pocas salas en las que se llegó a proyectar; si influye, en cambio, y creo que para mal, su excesiva duración, tres horas y media en las que el espectador tiene tiempo para, en un exceso de situaciones, planos y secuencias similares, encontrarla monótona y previsible. A lo que sumar unas caracterizaciones en las que, en lugar de rostros vivos de personajes, se muestran fisonomías demasiado rígidas y algo acartonadas, sobre todo los personajes principales que interpretan Robert de Niro y Al Pacino.
Tal y como sucede, por ejemplo, con la pintura o la música, manifestaciones artísticas que generalmente se atienen a una serie de formatos típicos o estándar a la hora de dar a conocer la obra creada definitiva -sin querer decir con ello otra cosa que la necesidad u obligación de elegir unas hechuras, formas y dimensiones en las que enmarcar ideas y creaciones-, en el cine ocurre algo similar, siendo la duración de entre noventa y ciento veinte minutos el formato que un espectador tipo aguanta sentado en una butaca sin perder la atención de lo que está viendo; en este caso ha sido el propio medio cinematográfico el que ha venido estableciendo esta tipología, luego puede decirse que primero fue el formato y después la capacidad de atención y concentración del espectador la que acabó adaptándose al producto ofrecido. De hecho, hay tareas cinematográficas, como el trabajo de montaje, que definen de forma significativa el resultado final, logrando una delicada síntesis entre silencios, negros, planos y escenas de la que depende el éxito o no de la obra resultante. Y en El irlandés la duración y repetición de escenas, que poco o casi nada aportan al desarrollo del tema, acaban cargándose la película; se incluyen un exceso de horas de grabación que, sí, muestran cara a cara a gigantes de la interpretación haciendo lo que mejor saben, pero, en cambio, consiguen con ello que el espectador se remueva en su butaca impacientándose porque le cuenten algo más o que aquello directamente acabe.
El cine es lo que es y el espectador actual disfruta del cine tal y como la industria le ha habituado a hacerlo. Que las nuevas opciones de producción y distribución cinematográfica dispongan de más medios y costes más bajos puede que condicione el cine a partir de ahora, pero, en cualquier caso, necesitarán un espectador que pueda admirar y disfrutar el resultado final, y todo espectador dispone de un fondo de atención que la pantalla ha de mantener vivo, de eso se trata, no de aburrir a las piedras a costa de un exceso de metraje. Siempre hay horas de grabación y material sobrante que son eso, material sobrante. De no ser así y si a partir de ahora todo lo grabado ha de ser incluido en un exceso de planos y secuencias que nada aportan al desarrollo del guion principal -solo más imágenes- entonces tendríamos que empezar a hablar de otros formatos, tal vez de series, pero las series no son estrictamente cine, aunque los medios y la realización sean prácticamente los mismos; pero, repito, no son cine tal y como hasta ahora lo conocíamos, requieren otra predisposición, otras formas de atención, u otro tipo de espectador. Hablamos de otra cosa.
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