Dinero (3) (Metálico)

Cualquier chaval al salir de clase, o durante el rato del recreo, puede apostar los pocos céntimos, o euros, del bocadillo en el establecimiento de apuestas instalado a tal efecto frente al instituto donde cursa sus estudios secundarios. Quizás apueste por su equipo de fútbol en el partido del fin de semana próximo, o en una carrera de galgos en Australia o por cuántos golpes le propinará en el tercer asalto el luchador fulano al luchador mengano en un combate de artes marciales a celebrar en Tailandia, da igual la apuesta, el lugar o si sabe de qué va aquello, el caso es dejar el dinero en caja y esperar, no hay nada mejor que hacer. Lo poco que saque, si tiene la fortuna de ganar, lo volverá a apostar en cualquier otro lejano disparate, o puede que, más aburrido que al principio, decida comprarse ese bocadillo con lo que le quede, si es que algo le queda.
De igual modo, un respetable señor -llámese en este caso experto en inversiones- apostará, perdón, invertirá algunos de sus millones digitales -preferiblemente en dólares, los euros están fiscalmente controlados- en los beneficios que mañana producirá la zona de selva brasileña que en estos momentos está siendo quemada para dedicar al cultivo de biocombustibles; o solicitará un millonario préstamo preferente que apostará, por ejemplo, contra el pago de la deuda argentina, lo que significa que es más que probable que el gobierno argentino no pueda pagar los intereses de su deuda dentro seis meses; o “invierta” en las pérdidas que llevarán a la quiebra a la línea aérea tal del país asiático cual dentro de un par de años. Cualquier cosa con tal de mover con rapidez esos miles de millones que los tontos de siempre creen que sostienen el mundo, para lo cual utilizará información privilegiada del tipo… a quién soborno para que sabotee aquel negocio o cuánto me va a costar hacer que los argentinos no paguen y sigan comiendo mierda. Son negocios, nada que ver con las muy respetables personas.
Ambos casos vienen a ser lo mismo, una cuestión de apuestas, pero en el primero la cándida estupidez de los chavales entristece lo indecible, solo hay dolor y dinero en metálico; el segundo, en cambio, pasa por un ejemplo de probidad y sabiduría, es el triunfo personificado, idéntico planteamiento pero jugado a lo grande y con trampas.
Los miles de millones que pueblan las “noticias económicas” para engorde de unos y envidia del resto -un capitalista experto le dirá en confianza que el cuento de la libre competencia no genera beneficios-, los trapicheos de mafiosos que lustran el crecimiento mundial, necesitan de un correlato material. Hay que demostrar de algún modo que el dinero en metálico existe, es real y es posible hacer negocios con él, para lo que es bueno empezar desde muy joven. Pero los pocos billetes que unos chavales o el ciudadano vulgar y corriente pueden ver y manejar, esos que confirman la existencia del dinero, tienen poco que ver con las grandes cantidades que se mueven por los márgenes del sistema económico, esas zonas indefinidas por donde pululan ladrones, estafadores, evasores de impuestos, dinero negro, todo tipo de mafias, malversación, sobornos, propinas etc.; son las bolsas repletas y los maletines que aparecen en las películas o en las imágenes de billetes apilados que se muestran en las noticias de sucesos que vemos en las pantallas domésticas, la envidia de quienes han de vivir con unos pocos billetes -siempre pequeños- obtenidos en negro por cualquier trabajo o servicio, gastados con miedosa fruición y mal contenida cautela. Y es más que probable que quien extrae del bolsillo un fajo de billetes con el que pagar seguramente tenga problemas con el cash, maneje dinero bajo cuerda o recibido fraudulentamente como salario, o proveniente de compras sin IVA, o percibido por un décimo de lotería premiado, o fruto de las gangas de tal o cual vendedor… en fin, lo que Vd. guste imaginar. Porque de algún modo hay que poner ese dinero en circulación, darle salida -legalizarlo-, dinero con el que unos viven permanentemente agradecidos, o sobreviven, y otros despilfarran sin que la cuenta anónima extranjera desentone.
Confieso mi ignorancia financiera porque apenas alcanzo a vislumbrar ese universo infinito de delincuencia, o ingeniería, económica, esos márgenes -la grasa que da sabor y consistencia al magro del sistema- poblados de gruesos fajos de billetes moviéndose en silencio a la búsqueda de blanqueadores fiables, dinero robado, amontonado, arrugado, tirado, amasado… siempre con la mosca detrás de la oreja y siempre listo para volatilizarse mágicamente en una hermosa sucesión de ceros en la brillante pantalla de un legalizado terminal en cualquier parte del mundo. Mientras, una gran mayoría seguirá creyendo saber, y tener, apostando unos pocos billetes y menudeando con pequeñas cantidades, envidiando por encima del hombro y gastando en lotería por si alguien nos compra en metálico el décimo premiado.

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