Religión e Inmigración (Apuntes) (1)

Durkheim, en su búsqueda de formas elementales de vida religiosa originarias en grupos humanos primitivos, escribía de la dificultad de separar lo social y lo religioso en estos primeros estadios del desarrollo de la especie humana, llegando a afirmar que las manifestaciones religiosas, a partir de sus investigaciones, podían tomarse como una forma de sacralización de valores, creencias, convicciones y sentimientos sociales; la asunción y aceptación individual de un espíritu colectivo indispensable para mantener y hacer perdurar en el tiempo al propio grupo, tribu o sociedad. Una serie de sensibilidades y estremecimientos compartidos revividos periódicamente mediante ritos, cultos y celebraciones, representaciones y manifestaciones públicas en las que los individuos dejaban voluntariamente a un lado sus rutinas y actividades cotidianas, siempre tan importante como vitales, para sumergirse en una participación colectiva excepcional de la que salían entusiastas y espiritualmente renovados -una cultura.

Se trataba de crear, dar forma, transmitir y consolidar unos rituales y celebraciones periódicas esenciales a la hora de transferir, generación a generación, vínculos y sentimientos de pertenencia y protección que cada individuo, sin saber explicar exactamente cómo o por qué, siente en lo más profundo de sí mismo y acepta sin cuestionarse, ya que tanto su vida como la seguridad y perdurabilidad en el tiempo de los suyos dependen de ello.

Los supuestos orígenes comunitarios o sociales de la religión, tal y como Durkheim los entendía, se han perdido con el paso de los siglos, de tal modo que hace ya mucho tiempo que se habla de religión frente a sociedad. Al mismo tiempo, el posterior desarrollo y multiplicación de los grupos humanos, su inevitable evolución y progreso, ha ido tomando diferentes caminos, unos menos afortunados y otros cada vez más complicados, que llegan hasta el presente. En esta larga trayectoria los fenómenos religiosos, o las religiones como manifestaciones y representaciones humanas, tal y como hoy las conocemos, han sufrido diferentes procesos según los lugares, tanto de adaptación, expansión, casi desaparición, modernización, de toma del poder o de acoso y persecución; llegando en algunos casos a una intransigente perdurabilidad contraria o reticente respecto al cambio y el progreso, y lo que es realmente importante, inexplicable y maliciosamente ajenas, puro anacronismo, al exponencial aumento del número de individuos que pueblan la tierra.

En muchas zonas, valga como ejemplo este país, la religión todavía soporta y mantiene un espíritu comunitario y de cohesión -ayudas, celebraciones, romerías, banquetes, reuniones públicas, etc.- que muy pocos feligreses, o casi ninguno, sabría explicar o entender como manifestaciones y representaciones populares de un espíritu de socialización mucho más antiguo; lo sagrado se ha prácticamente comido a lo común o social.

Mientras que en algunas sociedades y culturas actuales la religión todavía tiene una influencia, y poder, que dirige y condiciona la totalidad de las actividades humanas, tanto privadas como públicas, en la sociedad europea u occidental ha sido relegada a un papel secundario desde el que forcejea con desigual éxito frente a una cultura científica que, desde hace años y cada vez con más éxito, intenta explicar y justificar tanto a la especie humana como al propio Universo en el que tiene cabida. Y, consiguientemente, esta consciente deriva científica de la cultura occidental ha dejado un individuo que, despojado de los asideros, tanto anímicos como de solidaridad e inmersión social, que la religión le había venido ofreciendo, deambula agobiado y desorientado en unas sociedades individualistas en las que las relaciones humanas han perdido todo el calor y la identificación comunitaria que antaño conformaban un sólido tejido social que aliviaba y solucionaba los problemas particulares de sus integrantes.

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