Bajar los impuestos a ciudadanos económicamente ignorantes es la mejor promesa electoral -perdón, negocio- que puede hacer la derecha política.
A usted le bajan los impuestos y se ahorra cien euros que no le solucionan las cuestiones más básicas para vivir; proporcionalmente, un rico se ahorra miles de euros en impuestos -dinero con el que, por ejemplo, todos podríamos disfrutar de una educación, una sanidad y unos servicios sociales dignos y competentes- y sigue siendo rico.
Al bajar los impuestos, la hacienda pública -es decir, nosotros- dispone de menos dinero, por lo que le cuesta más sostener una educación, una sanidad, unos servicios sociales y unas pensiones decentes. Pero el número de ciudadanos sigue aumentando, lo que obliga al Estado, si quiere mantener en funcionamiento sus infraestructuras, a pedir prestado a los ricos mediante la emisión deuda pública (un rico, nacional o extranjero, prefiere prestarle al Estado el dinero que no paga en impuestos porque el Estado le garantizará unos intereses fijos y constantes, eso siempre será mejor -seguirá ganando más dinero- que crear una empresa, con todo el papeleo de instalaciones, proveedores, más impuestos y los siempre conflictivos trabajadores y sus pretensiones sociales y económicas). En España la deuda pública supone alrededor del cien por cien del producto interior bruto, luego una gran parte, o la mayor, del dinero proveniente de los impuestos se emplea en pagar los intereses de los préstamos de los ricos, que siguen ganando dinero sin necesidad de tener que construir fábricas o emprender negocios de dudoso futuro.
Los millones que no pagan los ricos gracias a subvenciones, beneficios fiscales y rebajas de impuestos los dedican a fondos especulativos e inversiones que no generan productos ni trabajo, en consecuencia sube el número de desempleados y llega un momento en el que los servicios públicos se demoran, dejan de ser eficientes y las listas de espera se alargan porque el Estado dispone cada vez de menos recursos para las prestaciones básicas. Los ciudadanos comienzan a desconfiar de un Estado que no les atiende como ellos creen que se merecen, votan a los partidos de derechas que prometen bajarles los impuestos y gastan el dinero que ahorran -si pueden hacerlo-, más lo poco que obtienen de la bajada de impuestos, en educación, sanidad y servicios sociales privados que los ricos crean con los impuestos que no pagan; luego lo que antes fue gratis ahora hay que pagarlo. Pero esos mismos ciudadanos siguen sin tener suficiente para las cuestiones más necesarias, por lo que tienen que pedir prestado a los ricos -a sus bancos-, con lo que también se endeudan a largo plazo, tal y como hace el Estado.
Con un Estado endeudado y unos ciudadanos endeudados el futuro no es para soñar… ¿dónde habrá que buscar trabajo si no se crean nuevos puestos? ¿cómo nos ayudará y protegerá el Estado si el poco dinero del que dispone lo dedica a pagar intereses de la deuda?
Más, los ricos tienen cada vez más dinero -invertido en negocios especulativos que son mucho más rentables- que legan a sus descendientes porque también se ahorran los impuestos de transmisiones. El resto de la población solo tiene deudas que legar a sus hijos.
Concluyendo, existen tres salidas para esta situación. 1ª Un Estado cada vez más débil acaba quebrando, por lo que ya no hay pago de deuda ni servicios públicos que mantener; cada cual se busca la vida. 2ª Los ciudadanos se hartan de ser explotados y menospreciados y exigen un cambio de política con respecto a los ricos utilizando los medios que consideren necesarios para ello. 3ª Como a los ricos les interesa seguir percibiendo sus intereses y, llegado el caso, volver a prestar comprando más deuda que pague intereses atrasados, mantendrán un Estado mínimo que, despreocupándose cada vez más de servicios públicos y ciudadanos, al menos sea un fiel pagador que les asegure sus enriquecidos futuros (de eso iba la prima de riesgo ¿se acuerdan?). Sírvase usted mismo.