Estoy viendo en Netflix un documental sobre el secuestro de una niña que me está dejando alucinado…
El texto no es el mismo, pero para el caso la literalidad es lo de menos. El enunciado del encabezamiento del artículo y el orden en su redacción sí. Este ejemplar de esa especie de plumillas que tanto proliferan últimamente en la prensa on line -de periodistas nada de nada-, en su supuesta información, anteponía el canal televisivo, del que él sí podía disfrutar, a ese documental tan interesante que decía estar viendo; todo una declaración de principios. No lo leí, porque, como se imaginarán, el contenido del mismo dejó de interesarme al instante.
Cuando alguien organiza un titular de ese modo es que se ha vendido de antemano, y eso no me parece honesto con un lector que se merece algo más que ejercer sistemáticamente de víctima propiciatoria. Podrá alegarse que son cuestiones u obligaciones de trabajo -promocionar descaradamente un canal privado de pago-, nada que objetar si se cobra por ello, pero desde ese momento no hay información fidedigna porque el sujeto ya no es de fiar. Puede tratarse de una imposición para beneficio de sus jefes, interesados en promocionar un nuevo canal en el que tienen intereses económicos; tampoco sus jefes son de fiar, prima el intento de hacer negocio por encima de las supuestas bondades de lo ofrecido. Ya sé que nos hemos habituado a que prácticamente la totalidad de los medios se dediquen a autopublicitarse a cambio de nada, pero en nuestra clamorosa ingenuidad todavía los justificamos en función de unos hipotéticos productos que siempre son más de lo mismo; solo se trata de ganar dinero a costa de la incombustible bondad del público consumidor.
También sucede con el cine. Hasta ahora el cine solo obligaba al destinatario del producto a desembolsar voluntariamente una cantidad si quería ver cualquier película, para lo cual existían salas adecuadas en las que el espectador-consumidor permanecía mientras quisiera o la abandonaba si lo que estaba viendo no le satisfacía. El cine tenía un componente de libertad de consumo que, al margen de lo que pudiera verse y la más o menos descarada manipulación de lo ofrecido en la pantalla, dejaba al destinatario final la última palabra, si es que elegía invertir su tiempo en ello.
Pero hoy el cine también se ha convertido en un producto demasiado riesgoso, dicen, los gastos aumentan exponencialmente y obligan a las productoras a mirar con lupa cualquier proyecto, anteponiendo los beneficios comerciales a la supuesta calidad de lo que se pretende rodar. Igual que siempre pero peor. Este hipotético aumento de presupuestos ha llevado al cine a una vulgarización del producto en función de un público cada vez menos exigente que se conforma con dejar pasar el tiempo ante la pantalla sin quebrarse la cabeza, por lo que, igual que siempre ha sucedido, proyectos, en teoría de calidad, hoy no tienen cabida dentro de los cauces comerciales del mundo cinematográfico. Y hete aquí que, de la nada, surgen estos nuevos canales televisivos que se ofrecen como la panacea de la calidad y auxilio de autores que, de no ser por ellos, no podrían filmar esos interesantes proyectos que al fin podremos disfrutar.
Pero las condiciones han cambiado sustancialmente, si antes era el espectador quien elegía si quería o no ver una película, o alquilarla en un video-club, ahora debe pagar por adelantado; luego no es cierto que el canal sufrague cualquier película, sino que previamente ya lo ha hecho el consumidor. Los riesgos son bastante menores para los propietarios, tras un desembolso inicial pueden echarse a dormir a la bartola y acabar dándole al público lo que, siempre según su rentabilidad, quiere, pero habiéndolo pagado éste por adelantado. Así que, lo que antes era una decisión libre y sin obligaciones acabará convirtiéndose en un hipotecarse indefinido sin saber con qué resultados, si lo ofrecido a partir del correspondiente pago mensual será cine o programas de calidad o un sucedáneo fabricado por algoritmos que seleccionarán los temas según porcentajes de visionado. El canal ofrecerá lo que gusta y con el tiempo dejará de invertir en proyectos que puedan parecer arriesgados. Una vez conseguida la fidelidad del pagador desaparecerán las opciones distintas o alternativas.
Esto ya está sucediendo con las retransmisiones deportivas, se trata de acaparar el mayor número de espectáculos a cambio de un pago mensual que irá aumentando poco a poco. El espectador-consumidor podrá verlos o no, pero, una vez fidelizado y religiosamente abonada su cuota mensual, eso es lo menos importante.