Resulta que después de tantos años estábamos equivocados, digo tantos como podría decir menos, y me refiero a esos errores o equivocaciones que en algunos casos, feliz e inteligentemente, son tomados o interpretados por el protagonista como descubrimientos, aunque tardíos, en el fondo bienvenidos; pero en otros casos, al margen de la reciente revelación o desafortunado final, esos mismos errores y equivocaciones se convierten en fuente de problemas de complicada solución, abriendo la puerta a conclusiones o periodos de los que, una vez llegados, resulta difícil obtener algo positivo, todo lo contrario, porque toca bregar con la sensación de frustración y tiempo perdido que aquello ahora significa.
En el fondo la cantidad de tiempo es lo de menos, es tiempo que no va a volver, otra cosa es la importancia o trascendencia que uno le quiera dar y las consecuencias que de ello se puedan derivar.
La persistencia en el error o equivocación también es una cuestión relativa, atañe al sujeto en sí, incluso hay vidas, por decirlo de algún modo, basadas y vividas en el error, lo que no las hace menores o diferentes al resto -porque ¿quién es capaz de señalar o hacer ver lo que desde fuera a todas luces aparece como error? También hay errores que duran relativamente poco si uno tiene en cuenta el tiempo que podía haber transcurrido hasta que el equivocado lo hubiera advertido por sí mismo, y los agradecimientos posteriores, de haberlos, son difíciles, sobre todo porque en más ocasiones de las deseadas la nueva revelación nos deja en solitario ante un punto de inflexión al que no todos seremos capaces de enfrentarnos o resolver de forma definitiva o satisfactoria.
Otro problema, si puede decirse tal, es o sería cuando quien reconoce y de algún modo tiene que asumir el error no lo tiene a bien y es capaz de, en un complicado enroque, persistir sin enmienda o no corregir vida o hechos que a partir de entonces deberían ser de otro modo; cambios demasiado drásticos que no todos están dispuestos a asumir. Porque si lo que hasta entonces era un error resulta que es la propia vida, un error en mayúsculas, es probable que el sujeto no sepa cómo conducirse, o no quiera, de pronto tan sorprendido como desolado y nada proclive a asumir que igual ha tirado su vida a la basura pero a estas alturas no sabe vivir de otro modo, en primer lugar porque ya no sería él.
Hablar de errores o equivocaciones es, pues, complicado y hasta puede llegar a ser ofensivo, determinante en muchos casos, trivial e intrascendente en otros; tiene que ver con el carácter de cada cual, con su estar con el resto, además de consigo mismo, porque siempre son los otros los que nos ponen en nuestro sitio, incluso a nuestro pesar. Queda entonces saber y saberse entre, querido o ignorado, soportado o apreciado, despreciado o temido; pero lo indudable es que, afortunadamente y querámoslo o no, los errores y las equivocaciones existen, y en muchos casos llevan aparejada la llave de una felicidad que, pese a quien pese, también existe.