Tribalismos

No siempre se está al tanto de lo que sucede, son muchas las cosas y nuestras evidentes limitaciones dan para lo que dan, en algunos casos para salir del paso a costa de un prontuario de necesidades básicas que nos mueve como zombis entre el resto. Dicen que hay tipos que son capaces de observar y/o captar mentalmente, como quien no quiere la cosa, si no todos los detalles sí una gran mayoría de lo que sucede alrededor sin apenas esfuerzo, el uso que de ello hagan es otra cuestión; hemos visto alguna que otra película en la que el “prota”, adiestrado por el servicio secreto de turno, es capaz de ver hasta debajo de las piedras y ponerse en guardia antes de que el enemigo vigilante se dé cuenta de lo que todavía no se ha dado cuenta.

Para la gente normal el entorno físico que nos rodea es lo que es y su mayor o menor percepción y/o influencia depende del estado de ánimo en el que se halle el sujeto; puede apabullarnos, hasta expulsarnos o, por el contrario, permitirnos movernos por él como Juan por su casa. En esta ocasión ni el estado de ánimo ni el lugar colaboraban, el cansancio y las obras nos conducían, directa e indirectamente, a la salida de allí, y mirar hacia arriba solo sirvió para detenerme en la fachada del Ministerio de Educación, edificio de aspecto bastante similar al estado en el que se encuentra lo representado por las letras de la fachada, un traje viejo que parece hoy más envejecido si cabe, una antigua estructura cubierta de polvo todavía en pie entre vallas y andamios de una obra pública que parece de nunca acabar.

Cada cual intentaba a su modo salir de aquel atolladero y dirigir sus pasos hacia lugares al menos más libres a la hora de caminar y desplazarse a gusto. Sonaban lo que parecían cohetes o petardos, y al no haber ningún festejo conocido a la vista algunos nos mirábamos o inclinábamos la cabeza hacia el lugar del que creíamos provenían los estampidos.

Así, sin saber cómo, nos fuimos aproximando donde, sin percatarnos directamente; aunque es cierto que comenzaban a aparecer, sin un orden o frecuencia precisa, algún que otro agente de la Policía Nacional. Como decía al principio, hay ocasiones en las que uno va en sus cosas y no da para más, el entorno no parece un lugar interesante, es eso por donde hay que pasar. Hasta que, llegando a la plaza, los petardos se convirtieron en voces, muchas y sin un orden aparente, que no eran de músicos callejeros. Más gente acudía, supongo que la mayoría porque aquella zona les pillaba de camino y otros por pura curiosidad, a ver qué pasa ahí. Una vez en la plaza y tras atar cuatro cabos, por aquello de observar o saber dónde y qué día no me fue difícil identificar.

El centro de la plaza estaba ocupado por una multitud de jóvenes que portaba banderas y coreaba consignas al unísono brazos en alto, de no estar presentes aquello muy bien se podría haberse confundido con un celebración ritual africana o, lo que es peor, con un mitin nacionalsocialista del Berlín de entreguerras. Pero la cosa no era para tanto, aunque el resultado final fuera similar, se trataba de una reunión, cabe entender que espontánea e inocente, de jóvenes aficionados de un equipo de fútbol coreando, supongo, consignas y arengas que todos parecían conocer y con las que, visiblemente enardecidos, convergían en una comunión que, bien orquestada por las perversas intenciones de cualquier mente aviesa, podría haber sido dirigida donde aquel quisiera. Curiosos y prensa gráfica se asomaban encaramándose donde tocara con tal de obtener imágenes o ver directamente los enfervorizados rostros de tan exultantes y fieles feligreses. El tumulto centraba la atención de las calles adyacentes y muchos se detenían y comentaban. Por una de esas calles ya descendían varias furgonetas de la Policía Nacional repletas de agentes equipados de la cabeza a los pies para esas hipotéticas situaciones hacia las que suelen derivar algunas aglomeraciones públicas. Nosotros nos fuimos.

Tal vez para muchos sea una obviedad que ni siquiera merece la pena resaltarse, pero, en números tan grandes, ese tribalismo del que todavía no nos hemos desprendido como especie sigue constituyendo un elemento de cohesión y pertenencia, y hasta de sacrificio, del que últimamente se viene alimentando tanto la política nacional como la internacional. Mientras, cada cual va de camino a sus cosas, hasta que un día nos cierren la plaza.

 

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