A cierta hora de la noche, cuando las primeras cervezas de la tarde comienzan a pesar, la cena hace acto de presencia y la copa o copas ya rozan el borde del vaso, llega un momento en el que la conversación deriva hacia maximalismos que muy poco o nada tienen que ver con lo que podría denominarse una conversación amena; e inevitablemente aparece la política, y es entonces cuando el alcohol acumulado nos vuelve más atrevidos y hace la lengua más ligera para decir lo que tenemos que decir, algo que, como suele, nos sale de dentro, esas opiniones o creencias impepinables que de un plumazo nos convierten en nosotros mismos al desechar sin rubor prevenciones, prudencia y formalidades comunes que por educación solemos hacer nuestras, o por buenas composturas o el qué dirán.
Entonces, todo comedimiento y/o cordura pasan a un segundo plano, o desaparecen por completo, y es cuando, ya instalados en la seguridad de nuestros bemoles, o sea, resumiendo, porque ya está bien de marear la perdiz, afrontamos la política y los políticos por la calle de en medio, sin ninguna diplomacia, y el más lanzado o cabreado, porque está harto y en su negocio no gana lo que quisiera -luego pierde; siempre según él-, salta con aquello de que todos los políticos son iguales y, ya metido en faena, porque tú te has quedado mirando con cara de por dónde va salir éste ahora, apuntilla con eso otro de unos sinvergüenzas; todos, y los peores los que dicen que son de izquierdas, para entonces, a lomos de una vehemencia que te taladra con la mirada -sabe que tus preferencias políticas van por ahí- se siente ganador porque advierte que estas sufriendo en tus carnes el poder de su categórica verdad, la única buena. Y apostilla… porque eso de derechas o izquierdas es mentira, son todos iguales, unos parásitos sinvergüenzas que pretenden vivir de la política sin dar un palo al agua, en cuanto tienen oportunidad se colocan sin otra cosa que hacer que llenarse los bolsillos, solo ganar dinero robando. ¡Qué tontería de izquierdas o derechas! tenían que meter a todos en la cárcel.
Silencio tenso y reflexivo con fondo de reguetón. Quizás tendría que haber advertido más arriba que en aquellos momentos él único trabajador por cuenta ajena era yo. Después vino el repentino descubrimiento por mi parte, siempre según el acalorado disertador, de que los que disponemos de un sueldo fijo no tenemos ni idea de lo que es tener una empresa, siempre pendiente de unos empleados que en cuanto te descuidas o pueden hacen cada vez menos o directamente se echan a la bartola; además de que el gobierno de turno pone las cosas cada vez más difíciles con una burocracia interminable y hacienda te fríe a impuestos. Por lo que, si eres normal, apenas te da para salir adelante.
Asentimiento general mediante grandes gestos y reconocimiento de una solidaridad compartida a la hora de los sufrimientos comunes, pérdidas e injusticias mil; así nos va en este país. No quedaba mucho más que decir, tampoco ayudaba un reguetón más y más birrioso y no eran horas para polemizar o levantar defensas numantinas, así que, uniéndome a la aprobación general y cansado por tener que aguantar el enésimo sermón proveniente de un honrado pequeño empresario que trabaja y paga más impuestos que nadie, solté que llevaba razón, todos los políticos son iguales, ahí tienes lo que ha pasado en Andalucía, aquello es un cortijo socialista y, es más -me lancé-, porque a todos nos gusta que las cosas funcionen, que el país funcione -aprobación general-, que los trabajadores sean diligentes y cumplan como es debido, que no haraganeen ni se escuden en subvenciones ni en una legislación que les permite hacer lo que les da la gana. También queremos buenas carreteras, buenas escuelas para nuestros hijos, y hospitales, y una administración ágil que funcione y minimice la burocracia, y unas fuerzas de orden eficientes que nos ofrezcan seguridad y nos protejan de cualquiera que intente aprovecharse de la gente honrada. Y ya en lo mío, con su atención en el bolsillo, proseguí… si yo gobernara lo que haría en primer lugar sería convocar oposiciones a abogados del Estado y a inspectores de hacienda, con buenos sueldos para que la gente no se fuera luego a la empresa privada, y promulgaría unas leyes laborales que persiguieran a los tipos que se aprovechan con subvenciones, falsas bajas o incapacidades laborales con tal de seguir cobrando sin trabajar. Informatizaría los servicios públicos en una ventanilla única para todos los trámites legales y administrativos, rápida y eficiente. Con un buen equipo de abogados controlaría y perseguiría a tanta gentuza que se aprovecha de los demás en su propio beneficio con la excusa de que la Administración Pública no es de nadie y, además, pondría un inspector de hacienda con cada empresario, y a la primera irregularidad contable, movimiento especulativo sospechoso, intento de fraude fiscal, evasión de impuestos, tentativa de soborno a un empleado o institución pública, contratos de trabajo falsos o irregulares, pagos o cobros en negro y… no me acuerdo ahora mismo de más casos, le cerraría de inmediato el negocio prohibiéndole trabajar en este país durante diez años; y si volviera a reincidir lo extraditaría para siempre a la hora de montar una empresa por aquí. Si todos pagáramos impuestos tal y como los pago yo esto funcionaría muchísimo mejor…
Para entonces las caras de mis acompañantes buscaban en sus vasos casi vacíos y alguno probablemente andaba calculando mentalmente cuánto y cómo le afectaría e él, como honrado empresario, mi utopía fiscal; cambiaba la música y alguien dijo que fuéramos a bailar o a por otra copa…