Banda Sonora

Hay ocasiones en las que toca aguardar en el coche, sin nada a mano con lo que distraer la espera y, momentáneamente, ninguna preocupación en la cabeza en busca de esa solución que nunca acaba de llegar, entonces tampoco. Vuelto a recorrer con la mirada, una vez más, el habitáculo en el que aguardas sin saber cuánto y agotados los recursos de un posible entretenimiento, de pronto alzas la vista y la fijas en el exterior, en un transeúnte que en ese momento pasa delante del vehículo, y es entonces cuando, repentinamente, caes en la cuenta de la música que suena desde hace ya un rato, ese disco tantas veces oído -precisamente por eso lo llevas en el coche- que misteriosamente comienza a arropar y casi gobernar, como si de una única toma larga se tratara, la escena que se desarrolla delante de tus ojos, convirtiéndose mágicamente en la banda sonora de esa especie de película que sigue proyectándose ante tu sorprendida mirada, al otro lado del parabrisas, una película muda y en color en la que los personajes van y vienen, danzan y se mueven al compás de canciones y melodías que parecen hechas a propósito para la ocasión.

La banda sonora perfecta de una película protagonizada por los pasos, tipos, rostros y gestos de toda esa gente entre la que podrías perderte, como otro más, con solo abrir la puerta e incorporarte al trasiego urbano. Un ir y venir general que inesperadamente cobra una relevancia especial en la que no existen ni malos gestos ni malos modos, solo la viva muestra del encanto y la felicidad compartida que contiene la misma vida, el mero hecho de respirar llevando a cabo las faenas y tareas más triviales que ahora parecen vistas bajo una lente y un significado especial. Un tipo compacto que pasa rápido vestido de chándal sabiendo muy bien quién es y dónde está, su rostro muestra un gesto relajado en el que probablemente no deba faltar el consiguiente runrún que todos llevamos dentro sin que lo sepamos, porque lo que fuere tampoco le distrae de lo que sea que oye a través de unos auriculares incrustados en las orejas; o esa mamá con aspecto esforzado que arrastra sin perder la sonrisa ni dejar de hacer carantoñas el carrito en el que descansa el que debe ser su hijo, los cestos repletos de una compra que a todas luces parece excesiva, también por la otra bolsa que cuelga de una de sus manos apoyada en el asa de un cochecito eminentemente práctico, la mochila también aparentemente repleta de su espalda, el abrigo desabrochado que estorba al andar y un perro feliz sujeto al mismo carro trotando a su lado. O esa pareja de jubilados de pelo cano abrigados hasta la barbilla, ella gesticulando con ademanes secos y concienzudos, de esos que suelen coronarse con el dedo índice levantado en señal admonitoria, casi amenazante, bien prieta al brazo de un marido que ojea meticuloso un papelito abierto en la mano -probablemente la cuenta de la compra-, hasta que el hombre dice algo sin variar el gesto e interrumpe el sermón de la señora, lo que motiva que ambos se rían felices de vuelta a casa en esta acogedora mañana invernal

O esa, entre pizpireta y discreta, mamá a la moda, concienzuda y coquetamente vestida sermoneando a sus hijos con gesto más seco que severo, y que sin dejar su perorata o discurso se vuelve hacia un papá de aspecto bonachón que camina un poco más atrás embobado en su teléfono, pieza cobrada en el acto que alza unos ojos como platos sin saber qué contestar a la parte que probablemente le toca, aviso o advertencia, podría ser incluso amenaza; una familia discreta, conjuntada y correctamente vestida, porque pueden y les gusta, que desaparece al doblar la esquina, hasta que a los pocos segundos papá regresa cabeceando en dirección a algún coche aparcado en busca de aquello que, por despistado, ha vuelto a olvidar, obligando a mamá, que como de costumbre está pendiente de todo, a hacer notar la falta y poner las cosas en su sitio.

Otra mamá, joven y guapa, cargada con una bolsa en cada mano, riñe o grita a un pequeño que justo se detiene en la acera antes del paso de cebra volviendo muy serio la mirada hacia su madre, atento a lo que, sin parecer una regañina, vuelven a repetirle, que no corra o que lo haga siempre y cuando no olvide que ha de detenerse antes de cruzar la calle para hacerlo con ella. Otra mamá menos afortunada en cuanto a belleza exhibe idéntica preocupación por unos vástagos, dos niños iguales, que, más expectantes que atentos, escuchan obedientes la retahíla de prevenciones con forma de recomendación que la mujer les dice.

Y así, siguen desfilando ininterrumpidamente personajes en su bendita insignificancia, indultados por una música que no tiene fin, una banda sonora, mi banda sonora, que engalana una película real en la que todo lo que sucede transmite felicidad, no puede ser de otro modo; felicidad por estar vivos, por tantas y tantas pequeñas cosas que nos hacen únicos y vulgares a la vez, monótonamente repetitivos, incluso nos muestra serenos a pesar de los más negros y particulares nubarrones, esforzados y especiales al mismo tiempo, poseedores de esa maravillosa debilidad que desgraciadamente tantas veces se convierte en desnuda violencia; recipientes de todo lo bueno y todo lo malo, en este caso todo lo bueno, porque lo malo siempre es un error, una mala interpretación, un desafortunado descuido, como este que ahora viene a enturbiar mi particular visionado, ese personaje que vive en cada película, no el malo sino ese otro que se dedica a alimentar su rencor culpando al mundo de su propio fracaso, de su ignorancia o estupidez, sufrimiento que paradójicamente le hace sentirse por encima del bien y del mal, de aquellos quienes atentan contra una pureza equivocada que solo es amargura y resentimiento. Y ese personaje advierte inesperadamente que estoy dentro del coche y no tiene más remedio que saludarme a su pesar cuando pasa a mi lado, con un odio contenido que le deforma el gesto y en un instante destruye todo lo bueno que pudiera contener esa enajenada cabeza.

En fin, también en cualquier película hay momentos más y menos desagradables, tristes o desafortunados, pero olvido esta parte con rapidez y regreso a mí música y a mi maravilloso y colorido cine mudo.

 

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