Hoy

Si ya andamos tal que zombis transitando entre meses y años al son de celebraciones de ignota procedencia y fiestas del consumo, no es nada raro que olvidemos cualquier otra celebración o fecha importante que no sea importada o conlleve una rebaja sobre cualquier producto que se nos ocurra comprar sin que lo necesitemos.

Poca gente se acuerda del veinte de Noviembre, no por el hecho físico e histórico que ocurrió hace años, que también, sino porque a partir de esa fecha fue posible por aquí que las cosas comenzaran a ser de otra manera, que a pesar del tiempo y las injustas y desfavorables costumbres locales alumbraba un periodo en el que íbamos a ser dueños del presente, casi un principio y, precisamente a partir de él, tendríamos la oportunidad de construir un futuro a nuestro gusto; a fin de cuentas éramos nosotros los que disponíamos de ese periodo de la historia y a nosotros nos tocaba inscribirlo en el mapa de un modo u otro.

Uno de los primeros pasos, al parecer todavía titubeante, fue la Constitución de la que ahora se celebran los cuarenta años, este Diciembre, ese documento a partir del cual convivimos sin que todavía nos hayamos tirado los trastos a la cabeza, aunque sigan existiendo tantos que, en función de prejuicios y fantasmas personales, históricos, insustituibles e intransferibles, propios e impuestos, continúan sermoneándonos que en lugar de vivir nuestras propias vidas hemos de recuperar las de épocas y personas que ya no existen, tipos que tuvieron su oportunidad y que desgraciadamente no supieron aprovecharla, o la aprovecharon, o no tuvieron ni una ni otra opción, o fueron directamente perjudicados, como suele decirse, sin comerlo ni beberlo; personas que en cualquier caso ya no están, y sin tener que olvidarlos por decreto porque siempre tendrán algo que decirnos, no por ello hemos de obligarnos a llevar a cabo lo que ellos no supieron o pudieron. Afortunadamente o por desgracia, según se mire, nuestras vidas son limitadas en espacio y tiempo y, aunque siempre existan cuentas pendientes con el pasado -convendría revisar qué significa eso de pendientes y a qué obligan, de qué sirve la propia voluntad a la hora de elegir qué vida se desea vivir, si se puede y con qué se decide cargar-, es prerrogativa de los presentes decidir si las toman o las dejan, si las hacen suyas o, en cambio, deciden vivir sus propias vidas en presente eligiendo y dejando según la voluntad, tanto de cada cual como común; están, estábamos en nuestro derecho, guste o no guste.

Que desgraciadamente para muchos el amor no exista, crean que es una mentira o una entelequia imposible de aceptar, explicar y mucho menos entender, no le quita a nadie el derecho a enamorarse locamente como si fuera la única vez, poniendo su alma y su vida en ello.

Celebremos y hagamos, mientras podamos.

 

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