Hace unos días un hombre y una mujer de triste aspecto posaban desnudos en el Museo del Prado delante de los cuadros Adán y Eva de Durero, probablemente para reivindicar algo que supongo no sería un desnudo triste.
Ignoro las intenciones de tales personajes y por otra parte me hace gracia la mojigatería del periódico donde vi la fotografía publicada, la zona genital de ambos aparecía discretamente difuminada, no me explico el motivo y me suena a chiste que todavía haya prensa tan hipócritamente recatada preocupada porque alguien pueda alarmarse o reclamar por un desnudo. Aunque probablemente me exceda en mi optimismo y todavía siga habiendo seres, no se me ocurre otro modo de llamarlos, que consideran ofensivo la visión de un desnudo… puedo entender que de mal gusto cuando el desnudo parezca obsceno, grosero o exceda o ridiculice cualquier patrón mínimamente moderado de carnes… ¡ah! pero ¿cuál es el patrón para considerar un desnudo como moderado, obsceno, grosero, ofensivo o excesivo en la actualidad?… ¡uf! menudo tema… pero no voy por ahí.
Dos tipos tristes delante de unos cuadros de Durero no dejan de ser dos tipos tristes desnudos con poco que ofrecer ni reivindicar, probablemente la mediocridad del cuerpo humano ante la belleza del arte como humano intento de superación de las propias miserias de ese mismo cuerpo. Lo que no deja de ser una patética actuación que ni siquiera llega a excentricidad, tal vez las carencias de dos tipos incapaces de hacer otra cosa consigo mismos. Desconozco los motivos de su cutre exhibición, pero cualesquiera que fueran no debían de ser muy importantes… ¿o se pretenderían artistas y aquello se trataría de una perfomance de aquellas tan de moda hace unas décadas?
La imagen mostraba una sórdida pareja de solitarios necesitados de público ante el que mostrar su desnuda incompetencia a la hora de crear otra cosa que la exhibición de sus propias miserias, y eso no da para mucho. El cuerpo muestra lo que somos, es una permanente nota a pie de página a consultar por todos aquellos que se pretenden más de lo que son, es nuestro carnet de identidad, y en algunos casos ya empieza a perder color y las renovaciones caducan cada vez más tarde. La naturaleza proveyó a la especie humana de dos sexos -como a la gran mayoría de las especies- para que pudiera reproducirse y, como todos sabemos, ambos sexos muestran diferencias apreciables; por ese lado no hay mucho más que contar. Pero la especie humana inventó la cultura, una creación específica y exclusiva, un elemento que ha devenido crucial en el desarrollo y evolución de la propia especie, hasta el punto de que a partir de ese factor cultural se fue consolidando y ampliando una, digamos, variación que como tal se ha ido separando de la naturaleza a partir de la cual se constituyó y dio sus primeros pasos. Por eso el hombre actual, exceptuando el inevitable soporte material y sus rudimentos sexuales, tiene cada vez menos que ver con sus antepasados homínidos, y con el paso del tiempo se irá alejando cada vez más, hasta que, tarde o temprano, llegue un futuro en el que apenas queden restos del sustrato físico original de lo que antiguamente se denominaba un cuerpo humano. No hay que darle más vueltas.
El mundo se mueve de otro modo y la mayoría sabemos cómo, solo tenemos que asomarnos, aunque desgraciadamente siga sin gustarnos; pero desnudarse no conduce a ningún lado, tal vez a mostrar un aburrido y triste ombligo que ya abulta demasiado en cada uno de nosotros, ya no digo en los desnudados. Hacen falta palabras y golpes si queremos llegar a los demás, sea cual sea el objetivo. Un desnudo como el de esa pareja solo puede producir indiferencia, risa o escarnio.