Están quienes dicen pasar de política, razonada decisión que gustan airear a los cuatro vientos dándose un aire de suficiencia que tiene mucho de simpleza mental, hasta que algún desaprensivo, que también dice pasar de la política, les cobra el pan como si fuera oro; entonces aparecen los no hay derecho, esto no puede ser o no se debe permitir que cada cual haga lo que le venga en gana etc. Un final de la historia ya sabido que no por ello hará entrar en razón al sujeto en cuestión, seguirá en sus trece porque él está por encima de esas vulgaridades, hasta la siguiente ocasión en la que le toquen el bolsillo. Este tipo de imbéciles han existido siempre.
Están los que no quieren enterarse de lo que sucede a su alrededor, como si esa especie de realidad que todos conformamos no fuera con ellos, no se meten con nadie luego déjenlos en paz, hasta que un día se te cuelan en la cola del pan o dejan el coche delante de la puerta de un garaje como si lo suyo fuera un derecho y el garaje una anormalidad; se les recrimina y entonces aparecen los era solo un momento, ¡ya! ¡ya me voy! o aquello de tampoco es para tanto etc. Otro final ya sabido que no por ello les hará sacar la cabeza del agujero en el que viven, hasta la siguiente vez que tropiecen con un vehículo al cruzar una calle por donde no debían y, si quedan vivos, denuncien sin ningún rubor al conductor por no haberlo visto, pues era él quien estaba delante, y él no son los demás.
Están los que rebuznan aquello de que cada cual puede hacer lo que quiera mientras no me quite lo que es mío, posesivo que implica lo que me corresponde según mi voluntad, algo parecido, más o menos, a lo que me dé la gana; hasta que alguien les hace saber que no están solos, que los demás también tienen aspiraciones, incluidas las económicas, y que en la mayoría de las ocasiones las de unos se mezclan con las de los otros, luego es necesario sentarse y organizarse para que unos y otros puedan tener o acceder a lo que creen merecer sin que ello suponga dejar a otros sin lo que tal vez les hace más falta o se merecen mucho más. Tiempo perdido, su retraso cerebral les hará sentirse igual de violentos y ofendidos, porque su estrechez no da para más, aquello de vivir en común o cooperar queda para los que no saben mamar y las ONG.
Y se preguntarán, esto para qué, dónde quiero ir a parar… me explico. No queremos enterarnos, y hasta nos molesta, de la constante matraca del llamado problema catalán, runrún con el que prensa y noticiarios televisivos nos atormentan diariamente, y tres formas, entre otras, de no querer enterarse las ejemplifican los tres casos anteriores, la del que afirma que no le interesa la política, la de quien vive como los avestruces, como si la cosa no fuera con él, y la de quienes dicen hacer lo que les viene en gana y lo de los catalanes se la suda. Pero el problema catalán no es un simple enfrentamiento entre nacionalistas españoles y nacionalistas catalanes, ambos igual de retrógrados, xenófobos y reaccionarios, sino que se trata de un problema interno en un país en el que viven muchas más personas, y por ello toca una convivencia común que nos identifica, querámoslo o no, en todo el mundo. El problema catalán es tan español como catalán, y la violencia que destila entre personas que viven juntas pone los pelos de punta. Que los políticos de este país hayan sido incapaces durante décadas de forjar y hacer creíble un proyecto de Estado común -que lo había- a partir del fin de la dictadura habla de la incompetencia de unos y de la rastrera y miserable mala fe de otros, amén de la ignorancia y del analfabetismo democrático de sus habitantes. Pero tanto resentimiento y violencia contenida en gente que se dice normal no es buena, porque antes no la había. Se nos olvida que el presente es nuestro, y el mundo que nos movemos inevitablemente ha de ser común, lo que deja todo tipo de hipotéticas cuentas pendientes para otro momento, para cuando arreglemos nuestra convivencia con los materiales de que ahora disponemos, que los hay y en abundancia. De no hacerlo tarde o temprano nos acabará afectando allí donde más nos duele, a todos sin excepción, si no lo está haciendo ya.
Porque nuestra vida es ahora y mañana te pueden subir el pan y tendrás que aguantarte por no haber puesto los medios para que no sucediera, te recriminarán en la cola o te multarán por aparcar donde no debías y tendrás que pagar porque no podrás alegar desconocimiento de las normas, o te atropellará mortalmente un coche porque simplemente no te había visto y entonces, desgraciadamente, no tendrás opción de denunciarlo.