Tuve algunas dudas a la hora de elegir el título de la anterior entrada, sobre todo a la hora de no excederme en los calificativos, hasta que me decidí por el que finalmente apareció, pero ahora veo que las dudas no estaban justificadas, la realidad se ha vuelto a demostrar mucho más cruda.
Han pasado unos pocos días de aquella entrada y la ambición, el poder y el desprecio hacia sus propios feligreses han vuelto a romper con cualquier decencia, siempre supuesta, y la mínima honorabilidad de la mismísima Iglesia Católica, a la que si la verdad no le importa mucho, mejor dicho, nada, el respeto hacia los suyos se lo pasan por el mismo arco del triunfo, tal vez porque se trata de un exclusivo y rancio coto hombres.
Los antiguos gerifaltes de tan santa organización, a los que el Papa Francisco parece ser que dejó a un lado en su intento de acercar la institución a los fieles, no han podido soportar su paso a segundo plano y la consiguiente disminución de su cuota de poder -quizás también de prerrogativas-, y han movido ficha de la forma más barriobajera posible, traicionando y denunciando públicamente a quien les apartó de sus sillones. Y me pregunto ¿qué sentido tienen la denuncia pública e individual del mismo Papa cuando probablemente toda la jerarquía sabía de los abusos? Qué más da, el problema era general, algo que la envidia y el rencor de tales víboras es incapaz de reconocer. Si el actual mandatario va por el mundo pidiendo perdón sin esconder la cara, ¿dónde estaban aquellos cuando pudieron hacerlo y decidieron que no? Tanta mierda asusta.
Esta Iglesia se comporta como la peor banda de maleantes, ni siquiera les une la lealtad. Los mafiosos no se denuncian públicamente, es cierto que se liquidan en silencio y a otra cosa, pero todavía les queda el respeto hacia la “institución”; se trata de la mafia. La Iglesia no llega ni a eso, no hay escrúpulo a la hora de acuchillar por la espalda al que me quitó de la silla, incluso a costa de echarse tierra ellos mismos. Qué más puedo decir.
Acabo con uno de los párrafos de la anterior entrada:
“Un poder dedicado a fomentar y mantener los peores vicios, la arrogancia y altanería del cargo, una falsa humildad con respecto a los considerados inferiores que simplemente es cinismo, la soberbia de creerse y sentirse merecidamente bendecido en el propio orgullo y, lo que es peor, el en ocasiones descarado y la mayoría de las veces oculto desprecio hacia las flaquezas de los otros, de los sometidos, del rebaño, incluida su molesta e inconveniente existencia.”