Policías

Era ya madrugada y seguía enganchado al teléfono, sin cesar de hablar y teclear -hablaba con nosotros y tecleaba a su chica, que le requería con una urgencia materialmente imposible cuestiones íntimas que al parecer no podían esperar. Reía y seguía contándonos de él y sus colegas, no le gustaba estudiar y sus padres al fin le dijeron que lo dejara y buscara un trabajo y así vivir con su chica -lo realmente importante-; en cuanto a los colegas, la mayoría disfrutaba de un cómodo trabajo en los cuerpos de seguridad del Estado (Policía o Guardia Civil), el destino soñado para la gente de su edad, al menos en su pueblo y la comarca donde residía; un sueldo fijo y a vivir. Viéndolo allí delante me era difícil imaginármelo uniformado pidiendo orden y respeto, como de costumbre me volvería a equivocar.

Hace ya mucho tiempo, a poco de la muerte del dictador, tanto la Policía como la Guardia Civil representaban lo peor del régimen recién concluido, eran algunos de los órganos represivos del Estado, definición tan abstracta como contundente que, en cierto modo, nos ponía en guardia respecto a los medios con los que aquella dictadura, como todas, había reprimido cualquier opinión contraria a los ideales del régimen. Salíamos de una época oscura y los ánimos estaban todavía calientes contra todo lo que significara prohibición o censura de la libre expresión de pensamientos o ideas políticas. Eran otros tiempos.

Luego, a medida que la democracia se asentaba y el país comenzaba a cambiar, aunque sin todavía perder el recelo o cautela hacia la autoridad y lo que significaba, se fueron instalando otras formas de pensar en las que esos mismos cuerpos se reconvertían en los protectores de la democracia, eran los necesarios intermediarios entre el ciudadano corriente y quienes incumplieran la ley con motivos egoístas contrarios al bien común. El funcionario policial pasaba a ser un mediador y defensor más del sistema democrático con un cometido siempre complicado, interceder y facilitar la convivencia entre todos intentando suavizar y limar aristas entre los inevitables y diferentes puntos de vista que surgen ante cualquier cuestión colectiva; queda resaltar que para semejante cometido se necesitaba un temple y una preparación muy específica. Era necesario, pues, revalorizar una ocupación despojándola de la evidente mala fama adquirida durante la dictadura, a lo que añadir el ineludible componente moral que llevaba aparejado, incluidas las indispensables aptitudes y condiciones en el trato, imparcialidad, sentido del deber y de la justicia y respeto ante quien está detenido pero no procesado, y ni mucho menos condenado. Un futuro de responsabilidad casi exquisita para con los integrantes de los cuerpos de seguridad, un saber estar y comportarse que no todas las personas serían capaces de mantener por encima de pasiones y emociones.

Pero si los colegas del muchacho que tenía en esos momentos delante y con el que llevaba trabajando unos días se parecían a él no tenía más remedio que ponerle comillas a lo escrito más arriba. También es posible que la instrucción y el aprendizaje de los recién admitidos agentes sea tan dura e intensa que el chaval cambie de forma radical una vez salga de la Academia o donde sea que los adiestren. Que haya algo más que vestir el poder del uniforme y llevar “pipa”.

Después mi memoria tal vez desbarró y traicioneramente me llevó a la película española El Niño, donde uno de los delincuentes protagonistas, el más gracioso o el menos espabilado, el que no acaba en la cárcel, consigue como solución a su incierto futuro ingresar en la Guardia Civil, no sé si por auténtico propósito de enmienda, por la “pipa” o porque no había otra cosa a mano. Demasiadas dudas que la película no aclaraba -tampoco era su intención-, más bien enturbia. No sé. Demasiadas dudas, repito, respecto de quién y cómo, en este país, se enfrenta a la delincuencia, qué significa para ellos la responsabilidad de su puesto, cuáles son sus prioridades o qué sentido tiene, por ejemplo, ahora que también viene a cuento, que en algunas autonomías lo primero que se creara fuera un cuerpo de seguridad propio -¿los palos que te da la Policía Autonómica del País Vasco, la Foral de Navarra o un Mozo de Escuadra duelen menos que los de un Policía Nacional? ¿Porque son de los míos? Más, ahí está el servilismo y la obediencia debida del señor Trapero y sus mozos de escuadra -el no muerdas la mano que te da de comer. ¿Qué respeto merece una  policía dócil y sumisa para con sus amos? ¿qué imparcialidad y justicia pueden impartir tantos estómagos agradecidos? Qué follón.

Esta entrada fue publicada en Sociedad. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario