Sandra

De lo que conozco, además de por propia experiencia, trabajar en el ferrocarril en este país ha sido cosa de hombres, personas más o menos instruidas procedentes de cualquier punto geográfico que por circunstancias personales acababan relacionadas con los trenes, su manejo y sus movimientos; una actividad laboral que, en conjunto, abarcaba desde las faenas más humildes hasta tareas de organización y dirección del ferrocarril a nivel nacional. Como trabajo eminentemente masculino, en muchos casos necesitado de una actividad física exigente y prolongada, daba lugar a comportamientos muy específicos que maduraban formas de ser poco dadas a los matices y proclives a conductas bastante jerárquicas y autoritarias, siendo algo común que, por ejemplo, tipos que se dedicaban a regular los movimientos de los trenes, en muchos casos a niveles muy básicos y sencillos, gustaran embadurnarse con una arrogancia y prepotencia que superaba con creces la importancia de sus funciones, lo que creaba endiosamientos de pacotilla y exigencias de respeto que iban más allá del mero trato personal y laboral entre compañeros; haciendo insoportables a tipejos de poca monta que fuera de las vías no dejaban de ser unos pobres ignorantes.

Pero, por fortuna, los tiempos han ido cambiando y donde antes trabajaban únicamente hombres en la actualidad lo hacen también mujeres, es cierto que en un porcentaje claramente desfavorable para el sexo femenino. Esto facilita que casualmente sea posible coincidir con alguna de esas mujeres en uno de los muchos cursos o actividades formativas que la empresa suele organizar para sus trabajadores, y con ello descubrir y constatar que donde antes los hombres se movían con esa casposa presunción y arrogancia tan masculinas -de la que muchos vivían sin tener algo más que decir- hoy, por ejemplo, Sandra, la protagonista del título, se mueve con natural soltura y una exhibición de juventud y buen hacer organizativo que sacaría los colores a cualquier sujeto de los que antiguamente se jactaban de ser jefes de estación con mando en plaza y reverencia obligada hacia su merecido poder -poder que en más de un caso consistía en una mecánica repetitiva que temblaba de miedo cuando cualquier anormalidad, por pequeña que fuera, alteraba el rutinario paso de los trenes. Hoy Sandra viste de color las pantallas electrónicas donde se representa la circulación de los trenes reales con una responsable solvencia que anda en las antípodas de la casposa seriedad de muchos de sus antecesores en el tiempo, es admitida como una más entre sus compañeros de puesto -lo que en cualquier caso les honra- y muestra y comparte sus conocimientos con esa amabilidad y frescura del que no tiene nada que perder; además de, llegado el caso, ser capaz de superar a todos los hombres, incluido yo mismo, en una prueba de conocimientos.

Aunque este ejemplo no es todo el presente, el ferrocarril en España todavía sigue dominado por los hombres y me temo que entre ellos aún quedan con un cerebro atascado en el pasado, Sandra es el futuro, el mejor ejemplo de que ante esa gravedad masculina tan cargante como reaccionariamente paternal, ante ese orgullo chato y sin futuro que sigue oliendo a naftalina, la jovial alegría y sólida preparación de una cabeza tan bien colocada, y además mujer, no puede hacer sino que sonriamos y nos alegremos por ello, solo queda que su ejemplo cunda y todos sigamos celebrándolo.

 

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