Poder

Hay una escena en la película El instante más oscuro en la que Churchill, camino del gobierno, repasa a sus conciudadanos desde la ventanilla del coche oficial; hombres, mujeres y niños embebidos en sus trabajos y ocupaciones más triviales en ese momento ajenos a lo que se está jugando en el tablero político internacional. Personas de toda clase y condición que por circunstancias de la vida, como suele decirse, habitan y ocupan lugares y posiciones a millas de distancia del poder; un poder al alcance o en las manos de quienes por nacimiento o voluntad lo viven y sienten cercano, y para acceder a él solo tienen que dar el paso y hacerse cargo del mismo en nombre de todos aquellos que, quiéranlo o no, jamás podrán hacerlo. Un paso adelante siempre necesario porque, tal y como sucede en la misma película, puede darse el caso de que ese mismo poder corra el peligro de eternizarse inmovilizado en la egoísta incertidumbre de quienes, priorizando sus propios intereses, miran esa política de forma mezquina y cobarde.

Es cierto que el poder, su ejercicio, es una cuestión tanto de carácter como de voluntad y no todo el mundo sirve para ostentarlo y practicarlo. Habrá quienes zanjen la cuestión afirmando que es imposible separar la política y el poder de los intereses personales, desgraciadamente arrastrados por la torticera conformidad de que eso es lo que todo el mundo ha hecho, hace o haría, como si esta historia que llevamos adelante a su pesar la hubieran sostenido exclusivamente tipos de mirada corta y paso tembloroso, porque entonces no estaríamos donde estamos. Una forma de pensar y actuar de esa parte de la población que prefiere que otros se muevan y quemen mientras ellos aguardan en segundo plano la hora de recoger las migajas o los beneficios. Hoy tal vez cuesta entender que hubo gente que a la hora de gobernar antepuso el bien común por encima del personal, da igual si fue por convencimiento o vocación, y hasta tal punto fueron importantes y cruciales sus decisiones que, desde la perspectiva que conceden los años, su actuación fue vital para el futuro que nosotros disfrutamos ahora; eso es lo que queda, para bien y para mal, aunque las consecuencias de sus actos no fueran para el protagonista del todo afortunadas -Churchill fue rechazado por esa misma población nada más acabar la guerra.

Hasta ese punto llegan los caprichos de una población que pierde la perspectiva demasiado pronto; porque no es el caso de estar eternamente agradecidos y dedicarse a levantar pedestales contra al olvido, sino de aceptar y aplaudir el compromiso común de esos pocos -lo que también vale para el día a día del resto de los mortales- que ven el mundo como su hogar en lugar de como un cajero automático.

Esta entrada fue publicada en Cine. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario