Tom Petty

Estos días suena en casa la música de Tom Petty, homenaje obligado después de su muerte el pasado lunes día 2. He buscado entre los vinilos y el más antiguo que tengo suyo es del año 1982, aunque ya lo conocía con antelación, pero por entonces mi salud económica no era muy boyante, por no decir nula, no existía. Así que, puestos a contar, son más de treinta años acompañándome con su música, una música que siempre me dibujaba una sonrisa y mejoraba mi estado de ánimo, sobre todo en esos días en los que uno no sabe dónde poner el huevo.

Su fallecimiento también me ha traído a la memoria algunas discusiones con los amigos de entonces, antes de la famosa movida, discusiones en las que, todavía dominado el panorama musical por los socorridos cantautores -con los que nunca terminé de encajar- yo era más bien un bicho raro que escuchaba blues y rock mayormente cantado en inglés; para algunos de aquellos amigos y/o compañeros de noches y cervezas resultaba difícil de entender tales gustos o aficiones cuando por aquí había tantas cosas por reivindicar mediante la música; y yo colonizado e invadido por música hecha en otros lugares. Pero tal predilección por mi parte tiene otros motivos que ahora no vienen al caso, tal vez en otro momento.

Con uno de aquellos en particular recuerdo algún enfrentamiento, sin llegar a diatriba, más o menos intenso; él, por entonces, reivindicaba a su admirado Lluis Llach, un señor al que Tom Petty no le llegaba ni a la suela de los zapatos; pero la sangre nunca llegó al río, todavía seguimos hablándonos y los cantautores desaparecieron sin pena ni gloria. La tan manida música de los ochenta explotó y yo, además de disfrutarla como el que más, seguí, con los consiguientes altibajos, enganchado a Tom Petty, a sus canciones siempre honestas, sus melodías y sus inconfundibles guitarras que siempre tocaban el punto correcto. Por supuesto mis hijos también lo conocieron cuando llegó el momento, incluso recuerdo algunas vacaciones de verano con el mismo disco de Tom Petty sonando en el coche y discutiendo entre nosotros qué canción poníamos primero, cual repetíamos y si una vez acabado el disco, ahí el acuerdo era general, lo volvíamos a dejar sonar entero.

Tal vez sea una casualidad que precisamente ahora, con su desgraciada muerte haya recordado aquellas insustanciales polémicas de jóvenes. Por cierto, no deja de ser curioso cómo la lóbrega, pretenciosamente introspectiva y ampulosa música del señor Llach ha quedado relegada en el olvido y el tipo deambula hoy reconvertido en santón nacionalista a costa del erario público, amenazando incluso con la extradición a todo aquel que no piense como los suyos… dicen que el tiempo pone a cada cual en su lugar.

Tom Petty ha muerto haciendo lo que siempre hizo, música, con la misma energía e igual de bien, con esa sinceridad y cercanía que impregnaban sus canciones y que hasta hoy siempre me ha acompañado, y lo seguirá haciendo, sobre todo en esos momentos en los que uno necesita un buen amigo al lado o una compañía que te levante el ánimo en otro día gris.

 

Esta entrada fue publicada en Uncategorized. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario