Reconciliación (1)

Cuando se visita el Memorial de Caen (levantado a partir de la memoria del desembarco de Normandía en Junio de 1944) la tristeza por la gigantesca destrucción provocada y la irritación contra quienes la fomentaron o la permitieron no cesa de aumentar a medida que se avanza en la visita, da igual que se vaya advertido o se conozca mucho o poco sobre la Segunda Guerra Mundial, porque uno no deja de sorprenderse por las imágenes originales y la magnitud de las cifras de aquel disparate. Franceses, británicos, alemanes, americanos o japoneses pasan, o pasamos, en respetuoso silencio ante los textos, las imágenes y las grabaciones de la época sobre el conflicto mundial, cada cual con su propia memoria o idea y deteniéndose en determinadas zonas más que el resto -resultaba tan curioso como intrigante ver detenidos a un pequeño grupo de japoneses ante las fotografías, grabaciones y documentos de la parte dedicada a la guerra del Pacífico, al verlos era inevitable preguntarse por lo qué pensarían de los padres y abuelos que intervinieron o sufrieron aquel despropósito.

Durante el recorrido por rampas y salas solo se oyen los comentarios y músicas de los documentales o las voces de las grabaciones de testigos directos entrevistados décadas después, niños de entonces a los que todavía hoy se les saltan las lágrimas cuando cuentan lo vivido y sufrido. Y si uno echa un vistazo alrededor tiene la sensación de que una gran mayoría de los visitantes que nos repartimos por las numerosas salas tienen o tenemos claro quiénes fueron los promotores o causantes principales de aquello y a quienes les toco defenderse o ayudar a quien lo necesitaba. Abstenciones, miradas hacia otro lado o puntualizaciones históricas o sociales al margen, que siempre existen y existirán, los bandos parecen bien definidos y los culpables primeros también, lo que en principio ha permitido a la propia Europa dar por cerrada, dentro de lo humanamente posible, una etapa de su atribulada historia y, a sabiendas de los errores cometidos, pasar página y ponerse a trabajar en común en una continuación que con los consiguientes altibajos nos ha traído hasta este presente.

Llega un momento en el que la visita cronológica por aquellos años nos lleva a un apartado dedicado a la ocupación de Francia por el ejército alemán y la firma del Armisticio que dio lugar a la Francia de Vichy. Tampoco aquí, sobre todo por parte francesa, existen dudas acerca de quién actuó correctamente y quiénes no; quiénes, a pesar de las apariencias, fueron los derrotados y quiénes hubieron de vivir escondidos y humillados hasta la victoria aliada final. La sensación ante los paneles y las imágenes es que, sin acusaciones directas ni veladas, se da por hecho y zanjado quiénes se equivocaron pactando y arrodillándose ante el enemigo y quiénes decidieron resistir con sus pocas fuerzas e incluso a costa de sus propias vidas hasta el fin de la guerra; y es a partir de ese reconocimiento mutuo y de la superación de los inevitables rencores, a partir de ese necesario acto de reconciliación, de la asunción de los propios actos, todos juntos, como se empieza a reconstruir un país, como una piña; eso es hoy Francia.

 

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