San Juan de Luz

San Juan de Luz es San Juan de Luz, con, imagino, el dolor que eso significa para la facción más pendenciera del nacionalismo vasco, que no tiene más remedio que aceptar la particular personalidad de una localidad que luce en este mundo antes que ellos y por el momento no parece estar dispuesta a dejar de ser lo que durante estos últimos siglos ha venido siendo, una población con prestigio real. San Juan de Luz también puede parecer al visitante poco dado a las peculiaridades un parque temático en el que, además de la propia reputación del lugar, se ofrece la propia tierra en cada esquina, sus manufacturas más elementales y sus productos primarios, todo ello envuelto en una refinada y orgullosa patina burguesa habituada a codearse con la aristocracia y la realeza; cuestiones tan curiosas como interesantes.

Porque San Juan de Luz es, o fue, al igual que San Sebastián, un destino de verano para los reyes de ambos países, y esa proximidad a la corona, por obligación, orígenes o intereses, ha dejado en la localidad un poso de elegancia que puede notarse en sus calles y casas, así como en sus interiores, en los que uno pude indiscretamente curiosear a través de los cristales de unas ventanas sin persianas ni cortinas mientras pasea por la noche. Elegancia que también se nota en las numerosas tiendas de ropa -tan feliz y vistosamente alejadas de ese feísmo cutre “oteguiano”- regentadas por amables y atentas señoras que entienden el mundo como un lugar correcto y casi perfecto en el que, precisamente, ellas ocupan el centro, no porque te lo impongan de forma abusiva o irrespetuosa sino porque te lo hacen sentir con el simple trato. Aunque una gran mayoría de visitantes, más de turismo de aluvión -la impresión es que allí siempre hay gente, curiosos o viajeros de paso atraídos por el lugar y su comercio-vayan y vengan ajenos a ese antiguo ascendiente que los originarios de allí, imagino, consideran natural y del que, de algún modo, se sienten orgullosos.

San Juan de Luz es comercio, como lo es la mayor parte de esta zona costera que ocupa el norte de España y el suroeste de Francia, el País Vasco -no hay más que recorrerlo-, comercio e intercambio asumido como una manera de ser, vivir y trabajar que, supongo, impide a los nativos permanecer quietos en el mismo sitio contemplándose el ombligo mientras el mundo se mueve alrededor; aunque en la parte española de esta zona un carlismo decimonónico y provinciano venga empeñándose en autocortarse las alas en un apostólico intento por impermeabilizarse frente al exterior y la realidad del tiempo en el que viven. Pero San Juan de Luz es también parte de Francia -le Pays Basque, como muestran numerosas tiendas al público-, y eso lo saben absolutamente todos, los de este y los del otro lado de la frontera, y poco más; ya se encarga la cartelería municipal de informar primero en francés y luego en vascuence.

Pero dejas San Juan de Luz y Francia dura ya poco, sobre todo porque inmediatamente después cruzas una hipotética frontera y el francés desaparece de paneles y carteles, ahora te informan del lugar al que acabas de entrar euskera e inglés (?); también se nota que ya no estás en Francia porque el tráfico comienza a ser tan caótico e irrespetuoso como en cualquier otra parte de España.

 

Esta entrada fue publicada en Viajes. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario