Estas cuestiones pueden llegar a solventarse con par de palabras de desprecio, resultar desgraciadamente indiferentes a una gran mayoría que suspirará aliviada por no estar allí en aquel momento o dar pie a hilvanar un largo discurso sin que en el fondo llegáramos a entender tales comportamientos; como probablemente tampoco los entienden los propios implicados, analfabetos funcionales movidos por impulsos cuasi vegetativos que poco o nada tienen que ver con la razón o, cosa mucho más difícil, con alguna cuestión moral. Es el tipo de existencia al que nos vienen adoctrinando, un estar y pasar autista inculcado desde la infancia cuyas mayores destrezas consisten en inhibirnos por propio egoísmo o echar a correr ante cualquier accidente, conflicto o, como en el caso de Barcelona, atentado. O todo lo contrario, porque una vez comprobado que la suerte ha vuelto a sonreírnos y estamos a buen recaudo no tiene sentido largarse a llorar la propia impotencia o cobardía, nada más lejos, es mejor permanecer allí, sórdidamente activados por un desmemoriado inconsciente carroñero que manipulara sin titubeos un teléfono inteligente -desgraciadamente más que el propietario- para grabar lo que pinte y después colgarlo en cualquier red social, o en todas, envanecidos por un rastrero orgullo de secundarios. ¿Por qué alguien decide grabar heridos y cadáveres en lugar de ofrecer su ayuda o quitarse de en medio para que los que sí pueden hacer algo tengan el campo libre?
Llegamos, incluso, a aceptar y cínicamente entender o justificar tales actitudes con la absurda excusa de que están informando ¿a quién? ¿a algún aburrido consumidor de comida e información basura que desde el sofá de su casa pretender satisfacer su permanente inapetencia y pobre imaginación con la sangre y la desgracia de otros? ¿Dónde está el dolor, dónde la vergüenza, dónde el correspondencia moral? ¿o todo se soluciona con un minuto de silencio, unas lágrimas de cocodrilo, unas velas y un corazón pintarrajeado que solo interesan a las televisiones y las redes sociales? Dónde está la sociedad de a pie, la que cada día se responsabiliza de sus actos, la que colabora con los demás, ayuda, hace las calles habitables, piensa en común y, supuesto somos cada vez más en este mundo, elige a representantes que lleven esos mismos valores allí donde se toman las decisiones y con ello evitar tales destrozos.