Terrazas

Según los expertos la economía de este país va viento en popa, y uno, que no es un experto en datos macroeconómicos, se hace una idea de ello según el número y la superficie de las terrazas. Últimamente, aceras y plazas públicas se vienen convirtiendo en un hervidero de mesas dispuestas para satisfacer a sofocados consumidores necesitados de un refresco que alivie sus prisas, penas y sudores. En algunos sectores se ha interiorizado tan diligentemente eso del pleno empleo que los establecimientos de hostelería se han lanzado a una carrera suicida por conseguirlo ocupando cualquier espacio libre de uso público en el que quepan una mesa y cuatro sillas de plástico, eso sí, con el colaborador y entusiasta beneplácito de los ayuntamientos y el asentimiento por omisión de los vecinos. Por eso, muchos de nuestros quehaceres o paseos cotidianos, cuando la crueldad del calor nos lo permite, se han convertido en una carrera de obstáculos en la que nos vemos obligados a sortear una multiplicación de mesas y sillas que, de no remediarlo otra catástrofe económica o el levantamiento en armas del vecindario contra tal ocupación, acabará invadiendo todo el espacio libre de aceras o plazas públicas.

Este mar de terrazas -como lo califica un amigo- tiene en parte justificación debido a la zona terrestre en la que nos hallamos, lo que, según más expertos, nos obliga a ser un país de los denominados turísticos; calificativo que viene siendo aderezado con sucesivas olas de calor que, cada vez con más frecuencia, estigmatizan o bendicen -según el punto de vista económico- estos meses veraniegos. Otro problema es que tal invasión corra el peligro de extenderse también al resto del año, como así parece vaticinarlo la relajación o permisividad municipal a la hora de conceder las correspondientes licencias -supongo. Con la amenaza o agravante de que, tal y como también viene sucediendo, estas terrazas que ahora parecen temporales y fácilmente esquivables, se conviertan en definitivas vía cualquier tipo de acristalamiento o invento de albañilería metálica. ¿Desaparecerán entonces los espacios públicos para beneficio de hosteleros de todo pelaje?

Tal frenesí invasivo u ocupacional quizás nos haya pillado por sorpresa, probablemente porque como consumidores y usuarios de las mismas no nos hayamos percatado de ello o porque, tan de nuestros problemas, nunca prestamos atención a lo que directamente no nos afecta. Porque también es cierto que esta invasión trae de la mano numerosos puestos de trabajo que, conociendo la esquiva honestidad de los empresarios hosteleros de este país, no lucirán como todos quisiéramos, sobre todo para los explotados e inexpertos empleados que corren y corren para ponerte en la mesa la cerveza fresquita de turno. Son la parte oscura de tanta bonanza y negocio boyante, un joven y apaleado ejército de necesitados de un sueldo que llevarse a la boca timados sin piedad con miserables recompensas que no pagan -es un decir- jornadas de más de doce horas. A lo que sumar elevados porcentajes en los precios que generan suculentas plusvalías que desgraciadamente tampoco tienen su contrapartida en esos salarios; por llamarlos de algún modo. Y si no te interesa ahí tienes la puerta porque tengo a mil esperando a que te largues.

Esperemos que no suceda con las terrazas como sucedió con el mercado inmobiliario, y que esta negociante desmesura no acabe con los espacios comunes ni con la habitabilidad de pueblos y ciudades, por no hablar del dinero dilapidado, los desechos generados y el destrozo general de lugares públicos convertidos en una feria de muestras sin clientes, como tantas y tantas urbanizaciones y edificios abandonados porque cuatro desaprensivos decidieron, con la connivencia del poder público de turno, hacer su particular agosto a costa de la indiferencia del resto. Luego no nos quejaremos.

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