Caminar

Si uno se plantea salir al campo y disfrutar caminando de una mañana de primavera algún enterado le puntualizará haciéndole ver que eso se llama hacer una ruta o practicar senderismo. Y como no merece la pena andarse con minucias de tan poca chicha ni intentar hacer ver a quien no sabe lo mejor es pasar de polémicas a la hora de referirse a algo que vengo haciendo por simple gusto desde hace bastantes años, tal vez por aquello de no llevar la contraria y hacer como que sigo obediente la moda deportivo-saludable que desborda a más de un friqui tan purista como desaforado.

Y una vez aceptada la corrección político-curativa y ya puestos en marcha puede suceder que lo que pintaba bien no es que empeore sino que comience con alguna sorpresa de la que sacar un mal chiste, probablemente debido por mi falta de información y escasa atención a la infinidad de eventos que como reclamo turístico salpican el día a día de la zona. Ocurre que el día en cuestión, muchos metros antes de llegar al lugar elegido para iniciar nuestro paseo festivo, nos asalta una música pachanguera e infernal tronando a toda pastilla en pleno campo -tipo radio-fórmula castradora de espíritus musicales. La sorpresa acaba siendo mayúscula cuando irrumpimos en la explanada elegida para dejar el vehículo y nos encontramos con un variopinto gentío de hombres y mujeres disfrazados de los colores más llamativos y espantosos saltando y retorciéndose a modo de preparación, dispuestos a asaltar los montes en los que pretendemos medio perdernos embaucados por el murmullo del agua discurriendo entre las piedras. Luego tendremos que esquivar dos horrendos castillos hinchables a modo de arcos o puertas pintarrajeados en inglés, interludio obligado a la hora de discriminar el principio y el final de lo que vendrá después.

El personal nos mira con indiferencia o caras largas por lo que bien suponen no es un sumarse a la fiesta por nuestra parte, ataviados de lo más normal en cuanto a prendas y calzado más o menos adecuados para caminar entre tierra, árboles, arroyos y pedruscos. Otros no tienen tiempo para vernos o juzgarnos, puesto que su preparación les absorbe por completo; a algunos me los imagino tan tensos y concienzudos en sus respectivos trabajos, o no. En un lateral del lugar se muestra una gran pancarta, también escrita en la lengua de Shakespeare -la zona debe ser políglota-, que al parecer da nombre a aquella especie de saludable y chillón aquelarre deportivo-naturista.

De pronto, a través de la estridente megafonía, que probablemente habrá expulsado a kilómetros de allí a toda criatura autóctona viviente, se anuncian horarios y distancias para lo que viene a continuación, lo que provoca un revuelo generalizado entre los presuntos participantes agrupándolos según distintos propósitos, voluntades o facultades. Y tras un fingido pistoletazo de salida escapa de allí sin orden ni aparente control un primer y nutrido grupo de señores y señoras tan fosforitos y relucientes como fachosos. Y lo que hasta hace poco lucía como una hermosa pendiente arbolada rematada por un pequeño macizo rocoso se convierte en un horroroso hormigueo de colorines pertrechados con infinidad de bolsitos, objetos y dispositivos en prevención de un supuesto y posterior uso durante el recorrido de la prueba o carrera hacia lo que parece el fin del mundo que no alcanzo a entender.

Y poco más, nosotros iniciamos y llevamos adelante nuestro espléndido paseo lo más apartados posible de los tipos recargados, aunque de vez en cuando no tenemos más remedio que tropezarnos con hombres o mujeres de rostros desencajados y edad entre indefinida e indescriptible, algunos moviéndose de forma tan penosa y ridícula como lamentable, tipos que, creo, no parecen haber entendido muy bien qué significan ejercicio físico y salud, su relación y que los únicos desafíos que realmente dignifican al hombre son los intelectuales y los que se ocupan de sus semejantes, el resto es pretender darse pisto a costa del propio ombligo o, lo que es peor, de las redes sociales.

En fin, debe ser moda humillarse de forma tan despiadada para conseguir no sé qué nivel de superación que no conduce a ningún lugar saludable, únicamente a romper el campo. ¡Ah! otra cosa, ¿el motivo de ropa tan estrafalaria y chillona es no tropezar entre ellos, no confundirse con el ambiente o aparecer bien visibles para las obligadas urgencias cuando llegue el inevitable jamacuco o el propio cuerpo diga basta en un desesperado último intento frenar obsesiones tan inconscientes como disparatadas?

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