Expertos

Llega un momento en el que todo suena igual, da igual una emisora de radio que un programa de televisión, si la tendencia política de los intervinientes es hacia un lado o hacia el otro. Las tertulias o reuniones de expertos para tratar temas políticos y sociales como entretenimiento informado en los medios de comunicación se parecen como gotas de agua, pero sucia. Exceptuando los muy reaccionarios, que viven al margen del resto pues sus opiniones y comentarios se anclan en lo más rancio y podrido de costumbres y tradiciones de otro tiempo, o los visionarios, viejos o nuevos, empeñados en prometer y pintar un futuro del color que a ellos les gustaría sin todavía entender que el objetivo debiera ser un presente que tiene un único aspecto y unos protagonistas sólidos y concretos que necesitan algo más que la promesa de un nuevo paraíso, el resto es una jerigonza plana de presuntos expertos tan rimbombante como vacía.

Nada más comenzar el programa o el espacio y sin casi poder advertirlo el oyente o espectador es encorsetado por un lenguaje, unas estructuras sintácticas y un vocabulario que nada tiene que ver con la lengua usada en la vida diaria, una terminología tan especializada como abstracta que obliga a obviar los contenidos e intentar traducir entre líneas, porque, de lo contrario, si uno permanece simplemente viendo o escuchando llega un momento en el que un runrún plano y sin matices colonizado por estereotipos y giros especializados sepultará su interés convirtiéndolo en puro aburrimiento por propia dejación. Embaucados por una jerga que no deja de reproducirse a sí misma y de la que se acaba harto, quedándose el oyente o espectador con la impresión final de que, o bien puede sentirse afortunado por no perderse en el discurso, que no entender, o acabar decepcionado cuando, después de aguantar el tipo sin supuestamente perder el interés, se queda con una inmensa sensación de vacío, puesto que no es capaz de trasladar a su realidad diaria nada o casi nada de lo que acaba de oír.

Incluso puede suceder que si uno se aficiona a tales programas es posible que acabe hablando y opinando como sus héroes tertulianos, pero desgraciadamente habrá perdido la conexión con la realidad, a la que tendrá que dirigirse como si la estuviera observando desde fuera en lugar de viviéndola, que es lo que hace cuando escucha, tiempo perdido que luego no puede traducir al presente porque básicamente es imposible; se acaba envuelto en una realidad paralela que nos dispersa y desinfla nuestra voluntad que al final solo busca descanso y lugares más prosaicos que nos hagan sentir vivos y coleando, que es como supuestamente estamos.

 

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