Estos nuevos, o viejos, visionarios no provienen de otras sociedades más adelantadas o de otras culturas económicas, más bien son, en cambio, algunos de los cachorros bien alimentados de la misma sociedad capitalista que pretenden defenestrar; tipos empecinados en una fe salvadora que les impide reconocer la diversidad de la sociedad en la que viven, en la que han crecido y se han educado y a la vez les ha permitido y les permite la posibilidad de pensar y actuar en contra. Su razón se resiste a admitir la lamentable evidencia de que una gran mayoría de sus contemporáneos prefiera -sí, desgraciadamente- una tutela político-económica que les permita abandonarse a sus inclinaciones más básicas y acomodaticias antes que esforzarse tras otro ideal sin un desenlace claro o posible, o simplemente inalcanzable, que probablemente se llevará sus vidas por delante sin el ansiado y prometido premio -sin olvidar que para eso ya existe la religión.
Si cada día cuesta más mantener en pie esta precaria democracia que tenemos, debe ser de lo más atractivo pretender darla de baja y emprenderla con un vaporoso anticapitalismo que probablemente carece de propuestas comunes y lugar para hacer ¿qué? ¿Cuál es el programa común de un anticapitalista? Visto lo que se cuece hoy día, se me antoja complicado un programa político en el que todos tengan cabida, ¿u obligarán a autoparcelarse por edades, aficiones, odios, rencores, envidias y decretos? ¿hasta dónde llevarían su tabula rasa? Desmontar un sistema político-económico que recluta a sus valedores durante los primeros meses de su vida convirtiéndolos en siervos a perpetuidad se antoja demasiado o muy complicado, sobre todo teniendo en cuenta la voluntaria ignorancia y docilidad de sus integrantes.
Sólo se me ocurren preguntas porque tampoco a mí me gustan muchas o la mayoría de las cosas que suceden a mi alrededor, pero creo que siempre es y ha sido más interesante lo que suma que lo que resta, y siempre será más inteligente sentarse enfrente del que piensa distinto e intentar llegar a acuerdos cuanto más amplios e inclusivos mejor -supuesto vivimos y pretendemos seguir viviendo en el mismo lugar. Todos aquellos que no quieran subirse al carro e incluso -¡oh!- les gusta o no les parece mal la sociedad en la que viven no van a desaparecer de un plumazo; ni son formas ni es momento de expulsarlos o eliminarlos. Deberían pensar que si se preguntara a cualquier persona de a pie razonablemente informada, que no se dedique exclusivamente a su codicia o a practicar la envidia, por lo que este país necesita -capitalismo incluido- para que medianamente funcione y mejore política, social y -¡horror!- económicamente, probablemente coincidiría con otros muchos que aún piensan que la mejor forma de hacer política es asaltar la política con políticas posibles, hoy y ahora, que beneficien a una gran mayoría de la población… y estoy convencido de que funcionarían.
El resto siguen siendo los mismos sueños universalistas, y en algunos casos totalitarios, de tantos y tantos que han crecido y han sido educados en el seno de una civilización judeo-católica experta en introducir subrepticiamente en los cerebros de sus vástagos ilusiones, ideales y paraísos ecuménicos que nunca fueron de este mundo; ficciones en muchos casos recicladas y repintadas con un barniz laico-ecológico pero apoyadas en idénticas fe y esperanza que han impedido a tantas generaciones ser dueñas de sus presentes a cambio de hipotecarse en futuros imposibles. Es más inteligente y viable usar los ámbitos de libertad existentes en la actualidad -antes de que los vientos que corren se los lleven o los hagan desaparecer- para, desde dentro del sistema, dar los pasos reales necesarios e ir asentando transformaciones concretas; sin vender futuros, ni verdades, ni quimeras o espejismos que tienen más que ver con los cielos de los creyentes que con la vida en esta tierra.