El lado del que se está

Dos sucesos de los que pululan por los noticiarios nacionales en la sección miscelánea, esa parte de las noticias que rellena el tiempo antes de los deportes, son bastante significativos respecto de la sociedad en la que tanto nos gusta vivir y que consideramos nuestra. El primero es, supongo, un gesto simbólico con un trágico final fruto de una mala elección por parte del protagonista. Porque el gesto inútil del joven africano que acabó ahogado en Venecia no tiene nada que ver con, por ejemplo, el de la señora Bescansa cuando se presentó en el Congreso de los Diputados con un bebé enganchado a su pecho; este gesto simbólico intencionado convocó a toda la prensa gráfica aburrida de no tener imágenes que llevarse a la cámara; al fin podían aspirar a una primera página. Como gesto simbólico fue el de aquel cateto chovinista catalán que, en su primario subconsciente de bemoles sin azúcar, quemaba públicamente una orden judicial mostrando un penoso alarde de incultura democrática ante numerosas cámaras que, más pronto que tarde, le concedieron la primicia que pretendía su gilipollez. Y este tercer caso, el más reciente, el del joven africano, se trata en cambio de un grueso error de cálculo. El pobre tipo intentaba un gesto simbólico lanzándose al agua en un concurrido canal veneciano sin saber nadar; pero en este caso la cámara solo era una y no profesional, y estaba demasiado alejada, más bien parecía casual, hasta tal punto que no existe reacción gráfica del numeroso público asistente, ni grabada ni desgraciadamente real. Así que el pobre hombre se acaba ahogando ante la indiferencia y molestia del público por tener que presenciar semejante espectáculo durante sus vacaciones. Qué falta de gusto por parte del muerto, aunque igual más de uno pensó que se trataba de una cámara oculta de algún programa cómico de entretenimiento.

El otro caso es el de un malcriado catalán que dio galletas rellenas de pasta dentífrica a un indigente -una broma para partirse el culo de risa. Un cretino tan joven ya no tiene remedio, después su cabecita pareció sentir una especie de remordimiento que le llevó a disculparse públicamente en su página web, porque la criatura es un youtuber al que siguen millones de descerebrados -¿se imaginan?-; aunque sus públicas disculpas no parecieron muy sinceras, tal y como decimos por aquí, como el que tiene tos y se rasca los pies. ¡Bah! tampoco es para tanto, dirán algunos, el tipo objeto de la broma solo tuvo unas molestas náuseas y la expectación que levantó el caso mínima; otros se quejarían levantando los brazos al cielo y gritando que esta sociedad nuestra ha perdido los valores -¡qué problemón! O sonreirán conciliadoramente por lo que solo consideran una tontería de críos. Algunos hasta se enfadarían con un ¿¡qué pasa!? ¿¡acaso ustedes no se han equivocado nunca!? O se tirarían de los pelos ante esta juventud imposible y casi descarriada. Los organismos competentes se moverán vía judicial por aquello de que en nuestra sociedad todos somos iguales y la moral ha de ser ejemplarizante, indemnizaran de forma testimonial, si cabe, al indigente y exonerarán al crio y a su familia con una leve reconvención que acabará en la papelera a los pocos minutos… y a youtubear de nuevo. Claro, era un mendigo, y esa gente no tiene colegas que busquen al niñato en cuestión y, tal y como sucede en ese cine de venganzas que tanto nos gusta ver, le propinen… pero a eso no hay derecho, era solo un broma y nadie puede tomarse la justicia por su mano… y a saber porque estaba aquel tipo pidiendo… y es que los indigentes fomentan la mala imagen y provocan e incitan a nuestros jóvenes hacia los malos comportamientos porque se sienten incómodos con su sucia presencia etc.

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