Últimamente vienen proliferando lugares y celebraciones “alternativas” respecto de la última noche del año, localidades y gente con un plus de entusiasmo o sin mucho que hacer o en qué pensar que, de buenas a primeras, deciden organizar un fin de año particular y comerse las uvas en cualquier jueves y doce porque sí; tal vez por aquello de apuntarse un dudoso tanto o simplemente para sobresalir de un resto apresado en una rutina plana que al parecer tan poco aporta a la imaginación.
Y como es de rigor siempre hay un representante o ejemplar de la prensa gráfica o escrita para tomar nota y dar fe del evento mencionándolo en el órgano local o nacional correspondiente; aunque siempre es mejor aparecer en la pantalla que en los papeles, sobre todo porque en el caso de las imágenes los reunidos pueden lucir alborotados y armando jaleo y con ello ofrecer a cualquier televidente un ejemplo de su capacidad para divertirse por encima de aburridas y manoseadas costumbres y horarios homologados y/o repetidos. Un buen ejemplo para mostrar al mundo la inventiva de los protagonistas, un mundo que, por cierto, tampoco tiene o muestra mucho interés en ello; otra versión, en este caso algo más folklórica, del derecho a decidir, un descubrimiento que, por lo visto, no parece tener freno, el caso es dar la nota a costa de lo que sea. Probablemente ya habrá alguien por ahí maquinando rizar aún más el rizo y proponer, por ejemplo, cambiar el horario local en un sentido u en otro con tal de facilitar las horas necesarias para el negocio o más diversión, el caso es no ir en la misma corriente que los demás ¡qué vulgaridad!
Y el resto del personal no parece tomárselo de ningún modo, ni a favor ni en contra, a lo sumo con el esbozo de una pequeña sonrisa que suele quedarse en eso porque cualquier crítica en contra o la simple duda de la cordura de los protagonistas generaría una violenta reacción de los aludidos y la consiguiente reivindicación de su santo derecho a hacer lo que les venga en gana junto a la nula potestad del opinante para inmiscuirse en las vidas de los demás y sus propuestas más imaginativas y transgresoras, ¡uf!
Vista la ligereza e inoperancia, y cierta estupidez, de tales hallazgos con los que pretende hacerse notar un personal visiblemente aburrido y cansado de preocuparse por lo que nadie más que ellos debería hacer, queda vaciar la despensa de logros, proyectos o labores comunes y dedicarse a llamar la atención sin con ello todos nos olvidamos un poco de nosotros mismos; total, nos declaramos públicamente incompetentes para las cuestiones adultas y nos dedicamos a pedir más circo, hasta que el cuerpo aguante; porque ¿para qué lo queremos? Así que, venga, alegría y buen rollito y no me jodas con que mañana tengo que volver al trabajo, ¡agorero!