Expertos y comentaristas de política internacional volvieron a equivocarse a la hora de apostar por el vencedor en las pasadas elecciones yanquis, y eso que la imagen y las fanfarronadas del candidato republicano fomentaban los miedos y alarmas de, por ejemplo, cualquier persona normal en cualquier parte del mundo -el término normal, en este caso, lleva adosados bastantes asteriscos-, que veía al tipo en cuestión, en el caso de que llegara al poder, como un mal irreparable; en cambio, por la parte demócrata los expertos advertían que había más de lo mismo, otro representante del status quo que gobierna el mundo, supuestamente mucho más racional y sensato -cuestiones, también, de significado más que peliagudo-; aunque con un inconveniente añadido, se trataba de una mujer, y en el país del que hablo eso no es moco de pavo.
Y en esta ocasión ha vuelto a suceder lo que casi nadie deseaba, porque casi nadie se había preocupado por detenerse unos instantes y mostrar el mapa completo de los tipos que tenían que votar; votaban no sólo los americanos que suelen pulular por nuestros medios de comunicación -me refiero a los medios de comunicación europeos-, hombres y mujeres, conocidos y no tanto, tan familiares por cualquier motivo que hasta creemos saber cómo piensan, casi vecinos con los que coincidimos en formas y gustos, como si no nos separara el Atlántico. También votaban esos otros que solemos ver, por ejemplo, en numerosas películas dedicadas a retratar el día a día de tantos pueblos y ciudades perdidas en las inmensas praderas que ocupan una gran parte del país, tipos más bien romos que saben del mundo poco más que la zona del horizonte por donde sale el sol cada mañana, y algunos ni eso; paletos simples y entrañables de razonamientos más bien básicos -da igual que se trate de jóvenes divertidos y salidos con escasas nociones de geografía mundial, de tipos escuetos, machistas e individualistas con tendencia a la pendencia y al tiro fácil o de ancianos resecos y testarudos empecinados en envolverse con la bandera de pureza y libertad de su gran país, que para ellos es como decir el mundo entero. Tipos anodinos viviendo en lugares anodinos y con problemas anodinos -como nosotros- sin ninguna predisposición a la heroicidad y sí a reducir el mundo a una curiosa libertad que empieza y acaba en sus propios miedos; el resto simplemente no existe y no les importa.
Habitantes de un país muy dado a vaqueros y justicieros, esos héroes de ficción que suelen tomarse la vida y la venganza por su cuenta porque los medios de seguridad oficiales son corruptos e incompetentes por defecto; héroes familiares nada exigentes habituados a identificar al malo con quien, por principio, les contradice y, obviamente, quiere destruirlos -más miedo. Orgullosos de haberse hechos a sí mismos -por ningún lado aparece a costa de quien o quienes, dentro o fuera del país- y convencidos de que lo suyo y los suyos es lo primero -más nacionalismo cabestro que probablemente les suene de por aquí-, por lo que todo lo que venga de fuera es potencialmente amenazador y puede hacer peligrar su particular y exclusivista libertad, así que mejor largarlo e impedir a toda costa que vuelva a entrar.
Aunque, ahora que lo pienso, me podría haber ahorrado todo lo anterior porque, en el fondo, hay un motivo mucho más importante por el que la candidata demócrata no podía ser elegida presidenta, ES UNA MUJER; y después de la humillación de un presidente negro su elección era casi peor que una tercera guerra mundial. El orgullo yanqui por los suelos.