La reciente asistencia a la representación El triángulo azul, puesta en escena de forma conjunta por las compañías Centro Dramático Nacional y Micomicón, me dejó más interrogantes que satisfacciones, alguna mueca sardónica forzada y una incomodidad que, en mi caso, provocaban y provocan el tema y lugar en el que se desarrollaba lo que sucedía sobre el escenario.
Siempre he tenido sentimientos encontrados a la hora de valorar cualquier obra literaria, cinematográfica o teatral que, directa o indirectamente, tenga que ver con el Holocausto, tal vez porque considero el asunto demasiado delicado para que alguien, quien quiera que sea, se atreva a tomarlo como tema, argumento o contexto al margen o no de la gravedad que de antemano merece; principalmente porque creo que la magnitud e importancia de aquellos sucesos todavía no ha sido asumida por completo por la población, ni en la propia Alemania y, ni mucho menos, fuera de ella. Hoy me sigue pareciendo un disparate o poco acertado que haya gente que hace turismo visitando Auschwitz, como intermedio cultural, dentro de un circuito en el que probablemente habrá mucha diversión y alguna que otra playa en la que darse un chapuzón. Algo similar me ocurre con toda esa parafernalia de los españoles, su unión, su camaradería y su solidaridad, conceptos que al margen de cuestiones folclóricas, torticeras e interesadas -por un sinfín de motivos, a cual más cicatero- los mismos afectados se han dedicado a vaciar de contenido. Sólo tienen que echar un vistazo a la actual política nacional para hacerse una idea de la vigencia e importancia de las tan socorridas como falsas camaradería y solidaridad españolas, una serie de etiquetas que el más simple de los simples, y por aquí hay muchos, se ha dedicado sistemáticamente a dinamitar con el argumento de que como en su poblacho en ningún sitio. Vayan aumentando el territorio y sumándole las consiguientes dosis de egoísmo provinciano y tendrán la España de 2016, tan semejante a aquella que armó una Guerra civil y llevó a aquellos hombres a Mathausen.
O esa sordidez de la muerte a la que desgraciadamente tan bien nos hemos acostumbrado, ese apilar cadáveres en blanco y negro una y otra vez vistos, hasta el punto de que ante otra nueva visión a más de uno se le escapa idéntico comentario: ¡ah! eso va de nazis. Es esa poca o relativamente poca importancia, o ni mucho menos malintencionada indiferencia, otra de las cuestiones que considero cruciales. Si realmente hubiéramos entendido y comprendido la importancia de la muerte y aquellas muertes -claro, siempre son las de los otros- las trataríamos con más respeto y sentiríamos algo de pudor a la hora de exponerlas según dónde y si es realmente necesario. No se trata de reconvertirnos en unos hipócritas timoratos -algo que, no obstante, ya somos- que prefieren vivir de espaldas a una realidad en la que la muerte, por supuesto, tiene su sitio, pero sí los suficientemente sensatos como para tomarla según qué, cuándo, cómo y dónde. No hay más que ver esas películas en las que los muertos se caen literalmente de la pantalla sin que el espectador se alarme o pestañee, pero en las que el sexo explícito está cínicamente prohibido exhibir. Queda mucho que recordar y otro tanto por recorrer
Y luego estaba la obra en sí, la notable representación -aunque se me hizo un poco larga-, la acertada y austera escenografía -a pesar de algunos errores históricos y de argumento-, el gran trabajo previo con los actores, sus movimientos en escena y las destacadas interpretaciones de cada uno de ellos, de los cuales no me atrevería a resaltar ninguno en concreto por no desmerecer al resto. Con momentos y cuadros realmente acertados en los que la conjunción de música, bailes, letras de las canciones y vestimenta, junto al lugar dónde sucedían, provocaba en el espectador una grotesca impresión de sarcasmo y crueldad que sólo el teatro bien hecho logra transmitir. En definitiva, un resultado teatralmente bueno pero con demasiados interrogantes, algunos de gran peso, que lastraban, creo, de manera drástica tanto el conjunto como el resultado final.