Qué publicidad

Probablemente todavía haya gente a la que le apasiona la publicidad como profesión, y si es joven y piensa estudiar puede que se esté planteando iniciar los correspondientes estudios para convertirse en publicista -o creativo; mola más. También imagino que todos sabemos que existen publicistas y departamentos ad hoc en empresas grandes y pequeñas dedicados a tal fin, y que, seguramente, habrá unas pocas empresas que controlen todo el negocio de la publicidad, tanto a nivel nacional, como europeo o mundial, lo que dará lugar a verdaderas guerras entre ellas con tal de hacerse con las millonarias campañas publicitarias de las empresas de postín.

Como todo el mundo, aunque intento evitarlo siempre que puedo, también me trago de vez en cuando mi correspondiente ración de publicidad, sobre todo en televisión, y cada día me cuesta más verla y oírla -prueben a oír sin ver las imágenes o véanla sin sonido y sorpréndanse de las majaderías que nos hacen tragar. La mayoría me parece zafia, humillante y vergonzosa, dirigida a un hipotético consumidor estúpido e ignorante, con una falta de autoestima de manual y un complejo de inferioridad de padre y muy señor mío, vamos, algo así como la última mierda de este mundo. Algo tan deprimente es también algo muy serio para unos departamentos de marketing que estudian, planean y dirigen muy a fondo sus campañas publicitarias, delimitando al milímetro un cliente potencial que, finalmente, sí existe en la realidad, de lo contrario las campañas no funcionarían y no es eso lo que sucede; y si el resultado final es el spot que vemos, por ejemplo, en televisión -sea cual sea el producto- y el tipo de gente que aparece en él es la gente de carne y hueso a la que está dirigido es que en este mundo hemos perdido el oremus y no nos queda ni un dedo de frente. Da igual que hablemos de niños considerados como imbéciles, de jóvenes de parvulario, simples y cortos, que todavía no han salido de la jaula de bolas; de hombrecetes obtusos y cuadriculados que dudarían a la hora saber dónde está su mano -mejor, pie- izquierdo, o mujeres que comparadas con mis abuelas parecen mocosas de jardín de infancia con importantes problemas de madurez.

Ya sé que la publicidad es una parte importante o crucial de nuestra sociedad, pero en este caso no me refiero a los supuestos beneficios que fomenta o promueve, sobre todo a nivel económico, sino a la consideración que le merecen los consumidores -sus destinatarios últimos- a quienes va dirigido el trabajo publicitario, individuos que en muchos casos parecen semianalfabetos funcionales con serios problemas de inteligencia y percepción a la hora de relacionar la o con el canuto. Cuando he comentado esto con otras personas algunas se han echado las manos a la cabeza diciendo que soy un exagerado, que le doy demasiada importancia a cosas que no la tienen y que el mundo de la publicidad es así, y punto. Pero no, no es suficiente, la publicidad no debería basarse en una precariedad intelectual más que implícita del potencial consumidor, debería primar en ella el respeto hacia quién, en última instancia, te beneficiara económicamente, e incluso te hará rico con sus decisiones más simples e intrascendentes.

Considerar normal o sin importancia que nos engañen y nos tomen por semianalfabetos funcionales debería hacernos reflexionar, si aún somos capaces; desde el hombre o mujer que se aviene a rodar esos humillantes engendros al destinatario final del negocio. Sabemos de antemano que, de partida, los propietarios del negocio nos consideran unos estúpidos volubles… aunque, bien visto, dime qué marcas visto y exhibo e inmediatamente sabrás a qué distancia estás tú; el resto son ganas de perder el tiempo…

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