Ante un evento tan peculiar como generalizado la tentación de escribir algo al respecto es casi irresistible, porque la celebración, pues de eso se trata, tiene de todo, es cierto que según los ojos con los que se mire y aunque sea mucho más fácil sacar a relucir los trapos sucios que se mueven alrededor que detenerse en las virtudes y reverencias a tanto joven con ganas de pasar a una historia que envejece muy deprisa, casi más deprisa que cumplen años los propios protagonistas y pasan a engrosar un ejército de adultos que, ya sin público que los jalee, tienen que valerse en una sociedad muy alejada de aquellos lugares de éxito; jóvenes muy pronto olvidados y casi despreciados por humanos a los que el inapelable tiempo obligará a fracasar y diluirse entre iguales frente a los cuales ya no es posible sobresalir porque las virtudes físicas pasaron a convertirse en rémoras con las que discutir cada día hasta que finalmente se diluyan en al páramo del olvido.
Son fáciles de entender y alabar esas glorias imbuidas por familiares, amigos, admiradores y comerciantes en tantos y tantos jóvenes que por los más diversos motivos acabarán en una zona de combate listos a dejarse la piel por cuestiones ajenas a sus capacidades físicas personales. Es menos comprensible -o más, visto el mundo en el que nos movemos- el ejército de adultos venidos a menos que a falta de algo útil que hacer se dedican a negociar con pares y arribistas a costa de tanto muchacho y muchacha todavía sin un lugar en el mundo y tejer una red de orgullos patrios que alientan viejas y rudimentarias rivalidades ya desfasadas; unos tipos calculadores sin fuerza ni interés para empuñar las armas pero con la capacidad para tramar engaños y simular valores y enfrentamientos a los que sumar millones de almas necesitadas de una ilusión que amueble tantos aburridos hogares.
Para los aficionados a tales manifestaciones deportivas debe ser una gozada disfrutar de campos y zonas de juego sin esa publicidad que ensucia cualquier espectáculo con pretensiones de nobleza. Aunque sea inevitable pensar que el negocio que sustenta el acontecimiento ya se ha cerrado y los negociantes están disfrutando de sus piratas beneficios lejos de los focos del espectáculo y las preguntas de la prensa -esa antigua profesión ahogada para siempre en el exclusivo mar de los beneficios.